miércoles, 8 de febrero de 2012

J. Edgar

T.O: J. Edgar
Dir: Clint Eastwood Int: Leonardo Di Caprio, Armie Hammer, Naomi Watts
EEUU, 2011, 139'


La película de Clint Eastwood sobre la figura de J. Edgar Hoover, protagonizada por Leonardo Di Caprio, no es un biopic sobre el poderoso fundador del FBI, quien lo presidió hasta su muerte sobreviviendo al tránsito de nueve presidentes. Hoover puso más agentes infiltrados en el Partido Comunista de los Estados Unidos que comunistas auténticos había en el mismo, acumuló una enorme cantidad de archivos secretos producto del espionaje sobre la vida privada de personas relevantes en la vida política y social, para emplearlos a modo de extorsión o chantaje; y buscó incansablemente la publicidad de su persona relacionándose con celebridades de Hollywood y llevando a cabo detenciones y redadas espectaculares, algunas de las cuales han generado toda clase de dudas respecto a la culpabilidad de los detenidos. “J Edgar” no renuncia a narrar nada de lo anterior, pero elige un enfoque más personal sobre el personaje: se trata de una historia de amor secreto, en la que dos hombres descubren sentimientos contrarios a la imagen que tienen de si mismos, y se ven obligados durante décadas a expresar sus sentimientos a través de miradas, susurros y, sobre todo silencios. Es “Brokeback Mountain” en la cúpula del FBI.
El joven John Edgar Hoover es un muchacho algo retraído, aunque de convicciones firmes. Su madre (Una Judi Dench que sabe cómo resultar desagradable) le insta a convertirse en una de las personas más poderosas del mundo, y el joven no va a decepcionarla. Trabajando a las órdenes del Fiscal General, demostrará su celo incorporando métodos científicos a las investigaciones policiales y no teniendo demasiado en cuenta la presunción de inocencia. En muy poco tiempo, se convierte en el director de la recién creada Oficina de Investigación, más tarde, FBI, una institución que Hoover tratará de modelar a su semejanza y sobre la que mantendrá un estricto control. Mientras tanto, sigue viviendo con su madre. Y es que a pesar de sus éxitos profesionales, Hoover sigue siendo tímido con las mujeres: la cita nocturna en la biblioteca del congreso con Helen (Naomi Watts) acaba, como era previsible, en desastre. (Aunque Helen se convierte en su fiel secretaria de por vida). Todo cambia cuando conoce a Clyde Tolson, (Armie Hammer) un joven y sensible abogado, suave y apuesto, que resulta perfectamente complementario para alguien con aristas tan duras como las de Hoover. La atracción entre los dos es innegable, la imposibilidad de una relación plena, también.
Di Caprio, tras una dura sesión de maquillaje
Hay una escena en la que la señora Hoover sospecha de las inclinaciones de su hijo y le dice que preferiría un hijo muerto a un hijo maricón. Decide enseñarle a bailar, para conseguir que se desenvuelva mejor con las mujeres. Hay una pelea de amantes, que se desencadena cuando Hoover le dice a Tolson que planea casarse con una estrella de Hollywood. Los vasos de whisky vuelan, ambos ruedan por el suelo, y en el fragor de la disputa Tolson consigue plantarle un beso traicionero a Hoover. Luego hay un te quiero susurrado cuando nadie puede oírlo. La señora Hoover muere y su hijo, en la penumbra de su habitación, se pone uno de sus vestidos ante el espejo: es la única concesión de la película ante los rumores de travestismo por parte de Hoover. Todo esto es un material con enorme potencial para el melodrama, ni Tennesse Williams, en sus momentos más desaforados soñaría con algo así. Sin embargo, Eastwood lo rueda con una enorme contención, casi con pudor, con el toque para los detalles sutiles y las emociones contenidas que ha desarrollado durante toda su carrera.
Hay muchos elementos contradictorios en la figura de J. Edgar Hoover, sobre todo en la manera en que parece oscilar entre dos de los arquetipos de la masculinidad más recurrentes durante el siglo XX: el hombre de acción, con poco espacio para los sentimientos y ninguno para la duda; y el sentimental, frecuentemente afeminado, con demasiado cariño por su madre. Leonardo Di Caprio, que se pasa la mitad de la película bajo varias capas de látex para encarnar al personaje en su vejez, le interpreta como un ser sensible y vulnerable, que se protege tras una máscara de resolución e intransigencia. Una persona que tartamudea a menudo y que es sin embargo capaz de dar inflamados discursos levantando a menudo la voz. Para Eastwood y el guionista Dustin Lance Black, Hoover fue la primera víctima de su propia intolerancia, y sus faltas más imperdonables son las privadas y no las públicas: como cuando Tolson, ya anciano (su maquillaje resulta menos convincente que el Di Caprio) le reprocha haber falseado su biografía porque con ello también pretenda engañarlo a él.

Este tipo no s eparecía en nada a Leonardo Di Caprio
La película resulta compleja narrativamente: oscila entre varios puntos de vista y varias épocas, y avanza dramáticamente a través del contraste entre esos elementos: especialmente entre el impetuoso Hoover de sus inicios (tal y como el quiere recordarse ante los agentes que mecanografían sus memorias) y el viejo resentido que ha ordenado grabar al recién elegido presidente Kennedy para poder chantajearle, amenazándole con desvelar alguna de sus aventuras. Eastwood y Black se esfuerzan en ofrecer un relato poliédrico, entre lo privado y lo público, la juventud y la vejez, lo interior y lo exterior. Lo consiguen, aunque el equilibrio se resienta a veces, y algunos detalles de la película no estén tan logrados como otros. Dramáticamente, se mueven durante casi todo el metraje en arenas movedizas: la elección de una estrella como Di Caprio puede verse como una manera de aportar glamour a una figura histórica que no tiene ninguno; el retrato de un Hoover enamorado y sufriente puede hacer olvidar a algunos que se trata de una de las figuras más anómalas de la historia norteamericana del siglo XX: una especie de Macbeth en las sombras de la democracia, un fascista que movía los hilos dentro de un sistema constitucional