Director: David Cronenberg
Intérpretes: Viggo Mortensen, Naomi Watts, Vincent Cassel, Armin Mueller-Stahl
EEUU, 2007, 98 min.
La doctora interpretada por Naomi Watts se hace cargo de la hija que una prostituta rusa muerta en el parto deja en un hospital londinense, lo que le lleva a ponerse en contacto con un misterioso chófer interpretado por Viggo Mortensen. La niña es la excusa argumental para que entremos, de la mano de Watts, en el turbio mundo de los vori v zakone, una cerrada mafia rusa con un rígido código de conducta, y que, al igual que los yakuza, se distinguen por sus vistosos tatuajes. Desde un tranquilo restaurante étnico, Semyon, interpretado por Armin Mueller-Stahl, gobierna cómo un anciano rey en su trono. El problema es que el heredero, Kirill, (Vincent Cassel nunca ha estado mejor), no es muy de fiar. Maneja su homosexualidad reprimida con arrebatos de furia sádica o de un sentimentalismo bastante sospechoso. A su lado, Nikolai, interpretado de manera pétrea por Viggo Mortensen, parece más de fiar, una máquina siempre dispuesta a cumplir órdenes con eficacia. Además, aprovecha la atracción sexual que Kirill siente por él para manipularle, y así acercarse más al poder.
Reyes sin reina.
El guión de Steven Knight, firmante de “Dirty Pretty Things”, filmada por Stephen Frears y que se adentraba en submundos similares, sugiere temas candentes en la discusión social actual, sobre cómo la inmigración crea mundos cerrados dentro de culturas ajena, sobre el tráfico de seres humanos en sus diferentes formas, y cómo reacciona la clase media ante los horrores que ocurren a escasos metros de sus casas.
Reyes sin reina.
El guión de Steven Knight, firmante de “Dirty Pretty Things”, filmada por Stephen Frears y que se adentraba en submundos similares, sugiere temas candentes en la discusión social actual, sobre cómo la inmigración crea mundos cerrados dentro de culturas ajena, sobre el tráfico de seres humanos en sus diferentes formas, y cómo reacciona la clase media ante los horrores que ocurren a escasos metros de sus casas.
El enfoque seco y sinuoso de Cronenberg pone el acento, por el contrario, en temas más generales: una reflexión sobre la cotidianeidad del mal y las confusas fronteras morales. Para ello se apoya, al igual que en “Una historia de violencia”, el protagonismo de Viggo Mortensen, uno de los pocos actores del Hollywood actual capaces de afrontar esta clase de desafíos. Mortensen crea a un tipo de rostro impenetrable tallado en piedra, un enigma que al final de la película quedará irresuelto.
A estas alturas de su carrera, David Cronenberg ha depurado su estilo de una manera radical. Nada falta y nada está de más en una narración implacable. Ver a Armin Mueller-Stahl enseñándole a tocar el violín a una niña provoca tensión porque sabemos qué oculta debajo de esa afabilidad familiar. La debilidad de Vincent Cassel está a punto de provocarnos compasión hasta que recordamos el sadismo con que suele reaccionar a ella. La atmósfera, elaborada cuidadosamente por el habitual Peter Suschizski, consiste en una penumbra de tono ambarino que envuelve todos los ambientes, excepto los interiores de la casa familiar de Naomi Watts, que pertenece a otro mundo.
Cuerpos rigurosamente vigilados.
Cuando hablamos de Cronemberg, hablamos de una manera especial de filmar el cuerpo, y aunque ya no dé tanto trabajo como antes a los departamentos de maquillaje y caracterización, el cine del canadiense sigue siendo un fenómeno principalmente físico. En “Promesas del este” vemos cuerpos tatuados con una hoja de servicios criminal sobre la piel; el cuerpo vulnerable de un recién nacido abandonado en tierra extraña por una madre que murió buscando una vida distinta, algo mejor que la que le ofrecía su pequeño pueblo minero en Rusia; cuerpos ofrecidos como mercacía de placer que necesitan entonar una vieja canción infantil para seguir recordando que son humanos; el cuerpo congelado de un mafioso ejecutado, almacenado en un arcón industrial a la espera de que un profesional elimine sus señas de identidad; y el momento más espectacular, esa lucha cuerpo a cuerpo entre un Viggo Mortensen desnudo y dos matones con cazadoras de cuero negras y armados con cuchillos de linóleo curvos de la que el protagonista sale con unas cuantas cicatrices más, el precio de ascender al trono.
Para Cronenberg, el cuerpo y la mente son la misma cosa, el ser humano es primordialmente físico, y la identidad se expresa ante todo a flor de piel. “Mucha gente me ha dicho, y lo entiendo perfectamente, que la escena del baño turco les había parecido bizarramente erótica y que los había perturbado enormemente. Y me pareció fantástico, porque me parece que hay un componente erótico en el asesinato. Si te interesa, puedes ver decapitaciones en Internet y también films snuff. Lo puedes ver gracias a los extremistas islámicos. Y cuando lo ves, eso te genera sensaciones extrañas. Por un lado te enoja mucho, pero también te genera otras cosas. Muchas veces una decapitación parece una violación homosexual en grupo. Estoy seguro de que los extremistas islámicos jamás lo van a admitir, pero yo, que soy documentalista del alma humana, puedo verlo claramente. Si puedo transmitir algo de esa manera de ver las cosas a mi público, será estupendo. Es bueno que la gente sepa lo que un ser humano es capaz de hacer…”