sábado, 15 de agosto de 2015

Bernie


DIR: RICHARD LINKLATER
INT: JACK BLACK, SHIRLEY MACLAINE, MATTHEW MCCONAUGHEY
EEUU, 2011, 99' 









Bernie se estrenó en Estados Unidos en 2011, así que nos llega a España con cuatro años de retraso, probablemente intentando aprovechar la repercusión de la última película de su director, Boyhood. Más vale tarde que nunca, sobre todo porque estamos ante una de las mejores películas de Linklater, en la que se hace merecedor de su fama como cronista no oficial de Texas y  en la que aprovecha con la mayor efectividad dramática el habla y la expresividad espontánea de sus conciudadanos. En Bernie, el cineasta de Austin saca todo el partido posible al viejo y efectivo método de utilizar un crimen como llave maestra que nos abra las puertas y nos revele los secretos de una comunidad. El suceso en cuestión ocurrió en 1996, en una pequeña localidad del este de Texas llamada Carthage. Allí, una anciana de ochenta y un años, Marjorie Nugent, adinerada viuda de un petrolero, fue asesinada por el joven que en los últimos años ejercía de amigo, confidente, criado y quien sabe qué cosas más. Este hombre era Bernie Tiede, un carismático empleado de la funeraria local cuya gran participación en las actividades sociales del pueblo le habían convertido en una de las personas más populares y queridas de la localidad. Pronto, el crimen se convirtió en uno de los temas más hablados en los canales de televisión local y en los corrillos de vecinos del lugar. Todo el mundo se preguntaba qué demonios había pasado por la cabeza de su agradable y querido vecino para terminar convertido en un criminal. Y, por supuesto, se especulaba acerca de la verdadera naturaleza de la relación que mantenían Bernie y la viuda Nugent.
 
Bernie Tiede, un joven siempre dispuesto a agradar.

    Carthage es un pueblecito situado entre pinares en el este de Texas, allá donde el sur comienza, como se suele decir. Tiene unos siete mil habitantes, y según nos muestra la película, buena parte de ellos son ancianas de piel blanqueada y maneras reposadas. El pueblo está situado sobre una enorme bolsa de gas, en los años sesenta muchos de sus habitantes se enriquecieron con su explotación. Ahora, todas esas personas han envejecido y se dedican a asistir a los oficios religiosos, cuidar el césped de sus jardines, y, últimamente, morirse. Afortunadamente, allí aparece Bernie Tiede (Jack Black), un rechoncho joven que comienza a trabajar en la funeraria local.  Tiede, con sus pasitos de pingüino, su voz suave y su dicción amanerada, sus camisas de manga corta abotonadas hasta el cuello y su pelo cuidadosamente esculpido mediante una generosa dosis de fijador, se convierte en uno de los ciudadanos más carismáticos de Carthage. Su facilidad para la sonrisa y su talento a la hora de consolar a las viudas le ayudan a convertirse en una de las personas más queridas del lugar. Participa en la cámara de comercio y en el comité de decoración navideña, da charlas motivadoras a los Boy Scouts. Pronto, Bernie comienza a frecuentar la compañía de Marjorie Nugent (Shirley MacLaine), la viuda más rica de Carthage. Marjorie es una mujer huraña y temida por los vecinos debido a su mal carácter. Todos se preguntan cómo ha conseguido Bernie ablandar su corazón. 

Una extraña pareja acude a la feria de arte.
 
    Para introducirnos en esta atmósfera soleada, Linklater echa mano de una serie de entrevistas a lugareños que nos comentan las costumbres del lugar y las particularidades de los personajes, además de ofrecernos sus variadas opiniones al respecto. Las voces de los vecinos funcionan como una especie de coro griego, y de esta manera, Linklater aporta rostros y voces a ese personaje colectivo que es el propio pueblo de Carthage. Un personaje tan importante como los propios protagonistas y cuya presencia se hace sentir incluso en los acontecimientos aparentemente privados. Con un tono aparentemente costumbrista, Linklater se recrea en las particularidades locales: el acento, los peculiares usos del lenguaje, la moda cow-boy, los cuidados jardines y los arreglos florales de los que los habitantes del pueblo se muestran tan orgullosos. Nos invita a asistir a las ceremonias religiosas y a los ensayos del grupo local de teatro. Linklater es uno de esos cineastas que cree que el camino para alcanzar la esencia humana universal comienza por observar las particularidades locales. La idiosincrasia texana se ve reflejada en Bernie de una manera amablemente irónica: con leves pinceladas, Linklater exagera los rasgos y resalta las peculiaridades, pero se cuida mucho de caer en la caricatura.

    Y de pronto, la amable comedia de maneras se convierte en una crónica criminal. La viuda Nugent aparece en el congelador de su casa, con cuatro disparos en la espalda, y Bernie es inmediatamente arrestado. Bernie, que ha escondido el cuerpo durante seis meses mientras hacía un uso generoso de la cuenta corriente de su víctima y decía a quien se interesaba por ello que Marjorie había sufrido un ataque y en consecuencia se encontraba internada en una clínica. En el pueblo no se habla de otra cosa, y cada uno de sus habitantes tiene una opinión al respecto. ¿Es que Bernie no pudo resistir, al fin, el tratamiento abusivo de la viuda Nugent? ¿O quizá sus motivaciones tiene más que ver con la codicia? Pronto, la comunidad se une para defender su conciudadano preferido, una reacción popular que deja estupefacto al fiscal del distrito Danny Buck (Matthew McConaughey). Ataviado con su sombrero tejano, su verborrea de justiciero local y su poco disimulado afán de protagonismo, Danny Buck pone al espectador en una curiosa encrucijada: este personaje antipático y decididamente pagado de si mismo es la única persona que se preocupa por que se haga justicia en todo este asunto.


El fiscal del distrito Danny Buck será el principal enemigo de Bernie en Carthage
    Para entonces, este divertido fresco humanista se ha convertido en algo parecido a un misterio. Linklater se cuida mucho de no traspasar ciertos límites y mantiene en la oscuridad las auténticas motivaciones de sus protagonistas, la naturaleza exacta de sus afectos. Quizá ni siquiera ellos mismos podrían responder con claridad acerca de esos asuntos. En el pueblo abundan las opiniones, pero ninguna de ellas nos aclarará nada verdaderamente esencial. Excepto, quizá, la acerca de la extraordinaria dificultad de conocer de verdad a otro ser humano.  El costumbrismo existencial es un ejercicio de funambulismo cinematográfico que requiere d un control absoluto del tono: Linklater sale bien librado del desafío gracias al delicado trazo de su puesta en escena, pero también porque se ha rodeado de  un conjunto de actores perfectos para la tarea. Jack Black nunca ha estado mejor, Matthew McConaughey comenzaba aquí su renacimiento artístico culminado con un Oscar y la legendaria Shirley MacLaine aporta una gran humanidad a la arisca y distante Marjorie Nugent.

    Bernie es una película que se sitúa en la estrecha línea entre la crónica, la reconstrucción y la ficción. Pero pocas películas basadas en hechos reales tienen una coda tan extraña. A mediados del año pasado, el verdadero Bernie Tiede fue liberado tras pasar más de diecisiete años en la cárcel. La razón: se descubrió que el convicto había sufrido abusos sexuales en la infancia, lo que el juez interpretó como circunstancia atenuante y redujo su condena a la cantidad de años ya cumplida. El juez puso una condición para su libertad: que Tiede residiera en el garaje del apartamento de Linklater. Lo curioso es que en estos últimos años la opinión del pueblo de Carthage acerca de su antiguo vecino ha cambiado ostensiblemente. El fervor popular que pedía la absolución de Tiede ha desaparecido, los vecinos quieren ahora que cumpla su condena íntegra y desde luego no tienen ninguna intención de invitarlo a volver a la localidad. Así que, de momento, Bernie Tiede vive en el garaje de Linklater. Acude a un terapeuta, trabaja como asistente legal y trata de no llamar demasiado la atención. A Linklater la situación le parece completamente normal, pues considera que Tiede ha cumplido su deuda con la sociedad. Pero, desde luego, pocos directores se ven en la situación de convivir con sus propios personajes.