INT: MILLES TELLER, J.K. SIMMONS
EEUU, 2014, 107'
“Abundan las películas que tratan de la alegría en la música. No obstante, como joven baterista en una orquesta de jazz de un instituto que era más bien del estilo de un conservatorio de música, el sentimiento que experimenté más a menudo era otro diferente: el miedo” Damian Chazelle presenta de esta manera su primer largometraje, con el que ganó el festival de Sundance de 2014. Whiplash es una película sobre el agotamiento de las largas horas de ensayos, sobre las baquetas rotas y la sangre en los nudillos. Su protagonista es Andrew (Milles Teller), un joven de 19 años que sueña con ser uno de los grandes del jazz: su modelo es el espectacular baterista Buddy Rich. Andrew estudia en el mejor conservatorio del país, y tiene vagos anhelos románticos acerca de perseguir la grandeza y huir de la mediocridad. Una mediocridad que asocia con la vida de su padre, un hombre que dejó atrás sus ambiciones literarias para convertirse en profesor de instituto. Un día, Terence Fletcher (J. K. Simmons) el legendario director de la prestigiosa banda del conservatorio, le elige para formar parte de ella. Durante un par de días, Andrew flota en una nube. Se atreve a pedirle una cita a esa chica a la que hasta entonces solamente había contemplado desde una distancia. Entonces, comienza los ensayos.
Fletcher, invariablemente ataviado con una ceñida camiseta negra y una americana del mismo color, se presenta como una especie de villano sobrenatural, alguien que anuncia su presencia con estruendo y concentra sobre sí mismo toda la atención posible. Chazelle le dijo a Simmons que lo que quería era “un animal, una gárgola, nada humano”; el actor emplea para ello toda la expresividad de las gruesas arrugas de su rostro, cuyos pliegues adquieren una expresividad irónica y burlona. Fletcher se comporta como una combinación de sargento de instrucción y cómico de insultos, su metodología docente consiste en humillar y atemorizar a sus músicos, algo que hace con ritmo verbal afilado y preciso: la banda es suya y cada nota fuera de lugar le parece un intento deliberado de sabotear su trabajo. No hay límites para Fletcher, que prodiga insultos raciales y agresiones físicas con aterradora constancia. Su conjunto favorece los temas rápidos y las percusiones espectaculares: parece concebir la música como si fuese un despliegue de actividades técnicas más que de cualquier clase de sensibilidad, algo desde luego bastante acorde con sus métodos cuasi-militares.
Al otro lado de los platos, Milles Teller modula a la perfección cada uno de los estados de ánimo de Andrew, permitiéndonos leer en su rostro y en sus movimientos las más mínimas oscilaciones de su ego. Fletcher emplea con él una variante particularmente sádica de la técnica del palo y la zanahoria, ablandándole el ánimo en privado, humillándole en público poco después. Gracias a Teller, Andrew es un personaje transparente, que deja ver desde el primer momento cada una de sus vulnerabilidades, sus esfuerzos por dejarlas atrás. Sonríe en busca de complicidad hacia Fletcher, se queda inmóvil de estupor cuando la agresividad de éste se hace evidente, deja que los pedazos de su autoestima se hagan visibles en si mirada al suelo y en la torpeza de los movimientos, se esfuerza en adquirir la dureza necesaria, aislándose en la sala de ensayos durante horas como si se hubiese convertido en una máquina de aporrear platos. Durante todo ese proceso, su aislamiento de cualquier cosa que no tenga que ver con la batería se va intensificando: cuando Andrew corta con su novia porque la considera “una distracción en su camino para alcanzar la grandeza”, Chazelle rueda la escena con la distancia suficiente para hacernos ver que el comportamiento de Andrew comienza a adentrarse en lo lunático.
Chazelle interpreta el enfrentamiento entre el músico y su mentor/némesis en clave de comedia, algo que se puede ver a través de la exagerada caracterización de Fletcher y también en la pendiente hacia el exceso por la que circula a menudo la película. Gran parte de la eficacia de Whiplash a la hora de crear tensión a la vez que posibilidades de comedia se debe a la ambigüedad de su tono, una ambigüedad que no llegará a resolverse. ¿Es una cinta sobre la relación entre un mentor y un discípulo en la que la dureza del aprendizaje se revelará necesaria para el triunfo final, como Karate Kid? ¿Es un descenso a los infiernos en el que la perfección artística se va convirtiendo primero en obsesión y después, en locura, como Cisne negro? ¿O es la historia de un líder explotador que terminará provocando una reacción violenta y vengativa, como La chaqueta metálica? Todas estas posibilidades están presentes en cada uno de los giros de la trama, en cada uno de los tensos silencios de Fletcher que anticipan el siguiente estallido de violencia verbal o física. Chazelle imprime a la película un ritmo sincopado, en el que las imágenes se suceden gracias a un montaje que replica la cadencia de los golpes de batería de Andrew, o de la agresividad verbal contundentemente rítmica de Fletcher.
J.K. Simmons es el terror del conservatorio |
Es la clase de mentalidad que acaba conduciendo a la amargura a tantos virtuosos de conservatorio que luego se lamentan de que la gente prefiera escuchar alguna melodía sencilla y agradable. Fletcher parece creer que, a pesar de su execrable comportamiento, el método de Fletcher puede hacer surgir a algún nuevo Charlie Parker. Pero Parker era un músico, no un artista de circo, y es poco probable que hubiese podido revolucionar la música si hubiera tenido que someter cada nota que tocaba a las precisas indicaciones de un instructor militar. A pesar de ello, la concisión narrativa (toda la dramaturgia está centrada en la relación entre los dos personajes) y la divertida distancia dramática convierten a Whiplash en una película enormemente disfrutable. Su énfasis en el sufrimiento y en los aspectos puramente físicos del arte ofrece un punto de vista original y su desarrollo, a pesar de los excesos, está tan bien medido que termina por lograr algo casi imposible: que un solo de batería de nueve minutos acabe por tener no solo justificación narrativa, sino resonancia dramática.