T.O: Левиафан
DIR: ANDREY ZVYAGINTSEV
INT: ALEKSEI SEREBRYAKOV,
ELENA LYADOVA
RUSIA, 2014, 141'
Es una pequeña ciudad en el noroeste de Rusia, a las orillas del ártico. Kolya (Aleksei Serebryakov), un mecánico local, vive en una hermosa casa de madera desde la que se domina el gélido y pétreo paisaje bañado por el mar de Barents. Heredó la propiedad de su familia, que la había construido algunas generaciones atrás, cuando el lugar era un pueblo de pescadores. El corrupto alcalde de la ciudad está impresionado por el terreno y el paisaje, y quiere demoler la casa de Kolya para construirse una mansión, o un centro de comunicaciones, o cualquier otra cosa. Es un tipo oscuro y amenazante, se dice que tiene sangre en las manos, y no duda en emplear métodos fuera de lo legal. Normalmente, sin embargo, le basta con aplicar la más estricta legalidad, porque cuenta con un rígido sistema de autoritarismo vertical a su disposición para ejecutar cualquiera de sus deseos. Así que Kolya tiene poco que decir acerca del destino de lo que considera su casa. Vladimir Putin hace un cameo a través del retrato oficial que preside el despacho del alcalde, y si bien la película es una airada acusación contra el régimen autoritario que actualmente ocupa el poder en Rusia, Zvyagintsev apunta más alto en su denuncia acerca de la arbitrariedad del poder y de la ausencia de justica: hacia la misma naturaleza humana, o hacia cualquier cosa que esté por encima de ella, sea un rígido determinismo material o simplemente el azar más ciego e irreducible.
La película está rodada con una gran precisión visual pero con una notable dispersión dramática. Leviatán mantiene un tono solemne y distante a través de unos encuadres calculados para mostrar la abrumadora escala de la naturaleza: una escala inabarcable en lo espacial, con la superficie del mar extendiéndose hasta donde no llega la vista; e inabarcable en lo temporal, con el blanco esqueleto de alguna bestia marina brillando en la playa como el vestigio de una era lejana. Sobre estas coordenadas, la película desarrolla unos desconcertantes cambios de tono, adoptando sucesivamente la forma de un proceso judicial kafkiano, una sátira política, un retrato costumbrista regado por el vodka (En un picnic familiar que combina prácticas de tiro y alcohol, los viejos retratos oficiales de los líderes soviéticos acaban siendo usados de diana. ¿No tienes alguno más actual?, pregunta Kolya), un denso drama matrimonial y finalmente una desoladora tragedia existencial para la que el calificativo de pesimista se queda corto. En realidad, Leviatán no trata acerca de un enfrentamiento entre el mecánico y el alcalde: el balance del poder entre ambos está demasiado desequilibrado como para que se pueda hablar de un enfrentamiento. Lo que realmente narra la película es la posibilidad de la aceptación de la injusticia, la injusticia de un gobierno corrupto o la de una naturaleza indiferente cualquier consideración moral.