DIR: IRA SACHS
INT: ALFRED MOLINA, JOHN LITHGOW, MARISA TOMEI
EEUU, 2014, 94'
Hay narraciones que se apartan de su propósito aparente para tomar caminos que a primera vista parecen más banales o rutinarios. Algo así ocurre en El amor es extraño, el quinto largometraje del director norteamericano Ira Sachs. Sus protagonistas, Ben (John Lihtgow) y George (Alfred Molina), celebran su boda después de haber compartido 39 años de sus vidas. Es un momento de felicidad para ellos, la culminación de una vida de dedicación mutua. Paradójicamente, su convivencia se ve repentinamente interrumpida cuando, a causa de su boda, George es despedido del colegio católico en el que trabaja como profesor de música. La situación les obliga a abandonar el elegante apartamento que habitan en Manhattan, y se verán forzados a pedir ayuda a sus amigos y familiares mientras encuentran un piso que se adapte a sus nuevas circunstancias económicas. A partir de ahí, la película se convierte en una sucesión de incómodos arreglos, salpicados por desalentadoras incursiones en la burocracia del sistema neoyorkino de vivienda. Como consecuencia de todo ello, George termina durmiendo en el sofá de una joven pareja de policías gays aficionados a Juego de Tronos y Ben se ve obligado a acomodarse en la casa de su sobrino Elliot, perturbando la rutina de su mujer novelista y convirtiéndose en un incómodo testigo de las discusiones de la pareja con su hijo adolescente.
Así que lo que empieza con la serena intimidad de una cama de matrimonio bañada por la luz del amanecer se convierte en una sucesión de momentos más o menos incómodos en las que Ben y George se convertirán en objeto de preocupación y causa de molestias para las personas más cercanas a ellos. Puede que esta no sea la manera más habitual de narrar una historia de amor templada por la madurez, pero desde la novela realista del siglo diecinueve hasta el realismo sucio norteamericanos de finales del XX muchos autores han elegido narrar las aspiraciones universales de sus personajes a través de las realidades más contingentes: situaciones económicas inestables, insignificantes conflictos familiares o pequeñas muestras de intolerancia agazapadas en la cotidianeidad. El amor es extraño es una sucesión de escenas de la vida corriente que parecen no tener relevancia ni gravedad en sí mismas, pero que adquieren una poderosa resonancia emotiva porque en ellas se depositan las emociones de sus personajes: el amor y el sentido de la compañía cultivados durante tantos años, la cercanía de la vejez, la serena consideración del fracaso artístico, la incierta posibilidad de un legado.
Nervios y orgullo: la boda de Ben y George
Ira Sach es un cazador de momentos reveladores. Su estilo naturalista se manifiesta a través de una meticulosa recreación de la cotidianeidad, de la que extrae los detalles más esenciales. Un método que ya había empleado de manera extraordinaria en su anterior película, Keep the Lights On, la crónica de una relación de pareja muy diferente. Resulta enternecedor el nerviosismo de Ben y George cuando no encuentran ningún taxi libre en las calles de Manhattan la mañana en que se dirigen a su boda, porque revela la vulnerabilidad de sus emociones ante la celebración pública de su vínculo. Más tarde, una rutinaria cita burocrática hace visible la presencia de la vejez cuando una funcionaria bienintencionada sugiere que, dada la edad de Ben, la pareja podría acogerse a un plan municipal de vivienda para personas de la tercera edad. La interpretación que una de sus jóvenes alumnas hace de una pieza de Chopin actúa como catalizador emocional, logrando que George alcance el estado de ánimo necesario para canalizar las emociones que siente con respecto a su despido. En momentos como esos, Sachs y su colaborador en el guión, Mauricio Zacharias, logran expresar la compleja humanidad de sus personajes a través de escenas cotidianas inesperadamente emotivas.
John Lithgow es Ben |
Alfred Molina es George |
La detallada observación de las rutinas cotidianas tiene su recompensa emocional al final de la película, cuando el paso del tiempo ha convertido cada momento en un instante único e imposible de recuperar. Entonces se harán evidentes los motivos del director para filtrar la crónica emocional a través del registro de lo cotidiano, de lo ordinario. Como en el cine de Yasujiro Ozu, cada instante lleva impreso la huella del tiempo, algo que solamente se hace emocionalmente presente cuando lo vivido se convierte en la materia prima del recuerdo. Al final, incluso los personajes parecen darse cuenta de ello. Un momento tan poco importante como una copa compartida en un bar de Manhattan durante su forzosa separación o una despedida o una despedida nocturna ante una boca de metro bajo el parpadeo del neón puede abrir una puerta al recuerdo de los años compartidos, y al mismo tiempo la poderosa fuerza del instante que nunca podrá repetirse.