Int: Gael García Bernal, Alfredo Castro, Antonia Zegers
Chile, 2012,110'
En 1988, presionado por diversas
instituciones internacionales, Pinochet convocó un plebiscito para decidir su
permanencia en el poder durante ocho años más, y de esta manera, dar
legitimidad a su gobierno. Con motivo de la votación, se permitió a la oposición
algo sin precedentes en una sociedad en la que los medios de comunicación
estaban completamente controlados por el poder: 15 minutos diarios de
televisión para expresarse y tratar de convocar al electorado. El principal
problema con el que se encuentran los partidarios del No es que gran parte de
los chilenos contrarios a Pinochet se hallan entonces completamente
atemorizados tras casi dos década de represión violenta. La derrota de Pinochet
se veía como algo imposible incluso dentro de las filas de la oposición.
No, la cinta que cierra la trilogía dedicada por Pablo Larraín a la etapa del gobiernode Pinochet, es una película completamente diferente a las anteriores cintas
del director. Por una vez Larrain nos muestra a alguien que participa
activamente en los hechos que se narran: René Saavedra, interpretado por Gael García Bernal, es el creativo
publicitario encargado del desarrollo de la campaña (El personaje de Saavedra
es una composición elaborada a partir de las historias de varias personas reales).
La presencia de la estrella mexicana aporta además algo de lo que notoriamente carecían
sus anteriores películas: un rostro joven, atractivo y carismático con el que
el público pueda identificarse. De esta manera, Larrain renuncia al feísmo y a
los protagonistas alienados para desarrollar un procedural publicitario en el que seguimos a los creadores de la
franja del No en su empeño contrarreloj por llevar al límite las posibilidades
de la retórica publicitaria mientras intentan dar esquinazo a las fuerzas del régimen,
que prestan bastante atención a su tarea.
Saavedra en un publicitario con
debilidad por los cuerpos de baile en mallas, la música pop y sobre todo, los
mimos. Crea un slogan: “La alegría ya
viene” y un jingle (no un himno,
le dice al compositor, un jingle) contagiosamente pegadizo. No hace propaganda:
hace publicidad. La democracia como producto. Mientras tanto, en la oficina de
la campaña gubernamental, nadie se preocupa por ese tipo de cosas. Cuentan con
que solamente acudirán a las urnas los partidarios del dictador. Además ¿Quién
va a ver los anuncios a esas horas? Todo el mundo estará durmiendo. Sus únicas
preocupaciones consisten en conseguir que Pinochet se quite el uniforme y
tratar de sacarle el máximo partido a la fotogenia del líder: los ojos azules,
la sonrisa…
Tal y como lo narra Larrain, la
campaña del No fue una obra maestra de la persuasión audiovisual. Evitaba
denunciar las desapariciones y los asesinatos del régimen, en cambio,
proyectaba un futuro de colores vivos y ritmos ágiles, lleno de gente sonriente.
La campaña gubernamental se sitió obligada a responder, crear sus propios
eslóganes y logotipos, variar el
contenido de las imágenes (“Menos
milicos. Menos mujeres de milicos.”) y al hacerlo consiguieron validar la
propuesta de sus rivales: la posibilidad de la marcha de Pinochet se convirtió,
así en algo real, reconocido por la Dictadura al menos en el campo de lo simbólico.
Algo que, desde luego, no se imaginaban los impulsores de la campaña.
La decisión de puesta en escena
más notable de esta película es el empleo del U-Matic, el formato de video
creado para reportajes periodísticos utilizado por la televisión durante los
años setenta y ochenta. Con su baja definición (486 líneas) y el color dominado
por los tonos amarillos y dorados, característicos del sistema NTSC, el formato
U-Matic convierte a las imágenes de la película en un elemento distintivo, algo
que, por una parte, las ancla en un pasado concreto, al mismo tiempo que hace
aparecer los hechos que narran de manera directa, con la fuerza de las
historias que se desarrollan en presente. Larrain justifica la decisión de
emplear este formato videográfico obsoleto como una solución frente a la
necesidad de emplear abundante material de archivo, producido en ese formato, de
una manera en que se integrara en la narración. Y, de hecho, la fluidez de las
transiciones entre las imágenes documentales y las de ficción resulta notable,
sobre todo en algunas escenas del tercio final: la celebración del fin de la
campaña pasa de planos generales del evento real a primeros planos del
personaje de Gael García Bernal con
su hijo entre la multitud de una manera en que las transiciones resultan
imperceptibles.
En coherencia con ese
planteamiento, la película está rodada con la cámara al hombro, con una planificación cerrada, centrada en
los primeros planos de sus protagonistas, a la manera de un reportaje de
informativos. El dispositivo empleado crea un compleja relación entre la
identificación del espectador y de la distancia desde la que éste contempla los
acontecimientos: el U-Matic hace convivir en el mismo nivel de la ficción las
imágenes reales con las escenas recreadas, evitando la ruptura de la diégesis
que se produciría al mezclar formatos distintos. Por otra parte, la notoria
obsolescencia del video lo convierte en un artefacto del pasado, una narración
anclada en un momento y un lugar concretos que solamente puede contemplarse
desde la distancia. No establece, de
esta manera, una tensión entre la identificación y el distanciamiento, una
tensión en cuyo centro se encuentra el propio protagonista.
¿Quién es René Saavedra? Este
publicitario vende la democracia como si fuera un refresco de cola o un horno
microondas, y huye de cualquier cosa que recuerde a la ideología, sea el
recuerdo de las víctimas de la dictadura o las menciones a la etapa de Allende.
Pero ¿No es lo que propone una nueva forma de ideología? Las anteriores
películas de Larrain proponían la fascinación por el extranjero como una
fantasía alienante, aquí, Saavedra canaliza esa fascinación compartida por la
sociedad Chilena para construir en el imaginario colectivo la posibilidad de un
futuro sin Pinochet. El propio Saavedra está en una posición incierta al
respecto: ha crecido en el extranjero, como hijo de exiliado, y su forma de
vida está repleta de influencias norteamericanas. Algunas le reprochan su
ignorancia sobre lo sucedido en el país durante todos esos años; por otra
parte, trae consigo ritmos modernos y ágiles, colores vivos, frescura
seductora. Además, ha echado
raíces en el país, por lo que sus motivaciones pueden ser algo más que
profesionales. Pueden ser, porque a pesar de que el personaje resulta mucho más
extrovertido que los anteriores personajes de Larrain, no deja de ser
igualmente un misterio. Alguien que repite exactamente la misma frase “Lo que van a ver se enmarca en el actual
contexto social. Porque ahora, Chile piensa en su futuro” tres veces, para
vender refrescos, una telenovela y la democracia. “Yo he tendido a hacer un cine apesadumbrado, oscuro, -dice Larrain- pero cuando decidí hacer la película de No me di cuenta de que tenía
que ser noble con la historia para contar una victoria. (…) Fue necesario ser
responsable y prudente con el pueblo para contar una historia que fuese alegre
pero que también dejase un gusto amargo porque hay algo que no cambió, que nos quedamos
y que hace que hoy Chile sea un país que tiene ocho dueños o diez. Chile es un
país que tiene un estado muy pequeño y las empresas muy grandes, donde la
educación de calidad es cara, donde la salud es cara. Abusamos del modelo y
esta película intenta asistir al momento en que se sella el pacto con el
modelo. Creo que eso tiene que ver con el alma de la película”