T.O: The Girl with the Dragon Tattoo
Dir: David Fincher
Int: Rooney Mara, Daniel Craig, Stellan Skarsgaard
EEUU, 2011, 158'
Que la trilogía Millenium, del fallecido escritor sueco Stieg Larsson se haya convertido en fenómeno editorial ubicuo de los últimos años, en el libro que todo el mundo parece estar leyendo, pudo resultar inesperado en un principio, pero desde luego no tiene nada de sorprendente. Un clásico Whodonit con referencias a Agatha Christie o Dorothy Sayers con su misterio de habitación cerrada (En este caso, una familia encerrada en una isla, una desaparición, alguien de ellos tiene que ser responsable) y un moderno thriller tecnológico con protagonista hacker se entrecruzan en sus páginas, a menudo de manera promiscua. Las novelas tiene su toque político (Larsson era un periodista especializado en la denuncia de los grupos de extrema derecha suecos) y el viejo capitalismo emprendedor, patriarcal y familiar, representado por la figura de Henrik Vanger aparece contrastado con el moderno capitalismo financiero, especulativo y fraudulento, personificado por el villano Wennerström. Un coctel de elementos tradicionales y modernos, servido con una ingenuidad que se echaba demasiado en falta en el best-seller contemporáneo, que muy a menudo resulta no ser más que un producto de laboratorio.
Secuencia de créditos de la película.
Pero el elemento que ha dado a estos libros su lugar dentro de la literatura popular ha sido la creación de Lisbeth Salander, la reticente colaboradora en la investigación del protagonista que se está convirtiendo en uno de los arquetipos más fascinantes de este principio de siglo. Mikael Blomkvist, el periodista en horas bajas a quien le encargan resolver el misterio, resulta un personaje más familiar para el público: un héroe masculino tradicional, independiente, resolutivo, y al que las mujeres no dejan de ofrecérsele. En su faceta de periodista de investigación, resulta demasiado fácil quizás imaginarlo como una proyección idealizada del propio Larsson. Por ello, no es inadecuado que en esta nueva versión lo interprete el último James Bond, aunque hay que decir que Daniel Craig se esfuerza por apartar al personaje del agente 007: su interpretación lo revela como un tipo cansado, algo vulnerable.
Pero Salander es otra cosa. Una joven inadaptada que viste completamente de negro y se cubre el cuerpo con numerosos tatuajes y piercings, cuya conducta resulta a la vez agresiva y vulnerable. Su triunfo consiste en dedicarse a lo único que es capaz de hacer, es decir introducirse en los ordenadores ajenos, lo que la hace indispensable para la empresa de seguridad en que trabaja. Sin embargo ella no parece darse cuenta de las repercusiones morales que pueda tener su trabajo. No confía en absoluto en la sociedad, y prefiere ejecutar una venganza antes que acudir a la policía, de hecho sus muestras de afecto se confunden con actos violentos de manera desconcertante. Salander es a la vez una víctima de la sociedad moderna como un producto lógico de ésta, una inadaptada social a la vez que una ciudadana hiperactiva de la sociedad de la comunicación. Rooney Mara la interpreta como un ser vulnerable que actúa para protegerse de manera agresiva, en ese sentido contrasta con el personaje más desafiante que interpretó Noomi Rapace en la versión sueca de la historia. Camina en un estado de equilibrio flotante, logrado gracias a la práctica del skate, y su gestualidad resulta a la vez áspera y tierna. En todo el metraje vemos al sombra de una herida que sólo se explicará a medias.
Rooney Mara: Una Lisbeth Salander tierna y agresiva
David Fincher y el guionista Steve Zaillian utilizan un procedimiento bastante acertado a la hora de condensar las casi setecientas páginas de la novela: sintetizar el argumento y expandir los ambientes. De esta manera intentan eludir en lo posible los momentos de pura exposición, aunque no evitan que la película se les vaya hacia más de dos horas y media de metraje, ni que el argumento continúe resultando bastante alambicado. De todas maneras uno no tiene demasiado margen de maniobra cuando adapta una novela que se ha convertido en un fenómeno masivo, la fidelidad suele ser la regla en estos casos.
Pero en lo que verdaderamente triunfa la película es en la descripción de ambientes y en la creación de atmósferas. Los tonos fríos y metálicos que Jeff Cronenweth emplea en la paleta visual no son un mero elemento estético, definen el tono emocional de la película. La minuciosidad y el detallismo en estos campos le permiten a Fincher desarrollar la relación entre los personajes de manera matizada y seria, hasta el punto de convertirla prácticamente en el centro de la película. Fincher, desde luego, debe haber disfrutado al disponer de un juguete de noventa millones de dólares para contar la relación de un periodista polígamo con una hacker bisexual y amiga de tomarse la justicia por su mano en un entorno gélido emocional y meteorológicamente.