Dir: Marc Recha
Int: Marc Soto, Eulalia Ramón, Sergi López, Eduardo Noriega.
España, 2009, 90'
La nueva película de Marc Recha (L’Hospitalet de Llobregat, 1970) se encuentra en territorio fronterizo: entre la infancia y la adolescencia de Arnau (Marc Soto), su protagonista; entre una gran ciudad como Barcelona y el campo que la rodea, a través del paisaje de Ballbona, el suburbio barcelonés en el que se desarrolla la cinta; y por último entre el cine radicalmente descriptivo y de vaciado dramático que ha practicado Recha hasta ahora y un cine más narrativo y con mayor desarrollo dramático, capaz, en teoría, de llegar aun público más amplio.
Recha siempre ha sido un gran paisajista: no hay más que recordar “El árbol de las cerezas” (L’arbre de les cireres, 1998), una descripción poetizante de un entorno rural. En Petit indi, el protagonismo es de Vallbona: según las notas de producción, se trata de un barrio de Barcelona que “se encuentra en una zona montañosa, en el límite entre Barcelona y Montcada i Reixac. La construcción de las autopistas a finales de los años sesenta dejó al barrio prácticamente aislado del resto de la ciudad. Esta tierra de nadie atravesada por el río Besós – que recorre su camino hasta el mar- ubicada entre las comarcas del Barcelonés y del Vallés, nos ha permitido trabajar en una zona fronteriza olvidada por los habitantes de la gran capital.”
El territorio en que se desarrolla la acción tiene huertos de labranza y grandes excavadoras construyendo autopistas o túneles del ave; polígonos industriales y un río de aguas no precisamente cristalinas donde el protagonista encuentra un zorro malherido; bosques y montañas donde capturar jilgueros cantores y apiñamientos de viviendas de pésima construcción y futuro incierto. Todo ello lo filma Recha con un especial cuidado en la composición del encuadre, ayudado por la excepcional fotografía de Helene Louvart.
Ese es el lugar en el que vive Arnau, con un padre ausente y una madre encarcelada. Sacar a su madre de la cárcel será el motor de sus acciones, su objetivo es contratar un famoso abogado. Para ello, vivirá de un modo ingenuo a la vez que épico los concursos de canto de jilgueros y las carreras de galgos a las que le lleva su tío Ramón (Sergi López), un buscavidas experto en trapicheos. Su otro modelo de conducta no es menos dudoso: su hermano Sergi (Eduardo Noriega), que también vive a salto de mata.
Arnau es un personaje solitario y encerrado en sí mismo. Pertenece a esa clase de personajes alienados o simplemente impenetrables que pueblan de un tiempo a esta parte el cine moderno, como la Rosetta de los hermanos Dardenne (principales creadores de este arquetipo cinematográfico), el asesino de “Las horas del día” (2003), de Jaime Rosales, los personajes que interpreta Kang-Sheng Lee en el cine de Ming-Liang Tsai (otro modelo claro de esta tendencia) y tantos y tantos otros personajes de películas que no salen del círculo habitual de festivales e instituciones culturales.
Arnau se pasea toda la película casi sin hablar, desplazándose con los hombros encogidos como un zombie. Tiene un par de colegas, pero tampoco es que les haga demasiado caso. Sus principales relaciones son con el jilguero y con el zorro al que recoge y alimenta. Sus acciones no tiene importancia porque sabremos desde el principio que el entorno que le rodea le condiciona de manera absoluta, totalmente determinista. ¿De donde surge esta tendencia del cierto cine actual a mostrar de manera absolutamente conductista personajes completamente alienados? ¿Refleja una percepción por parte de los cineastas de una determinada situación social, es decir es un intento de cine realista? ¿Es una metáfora, es decir a través de estos personajes se intenta expresar una situación que se manifiesta realmente, aunque de maneras diferentes, en la realidad? ¿O por el contrario es una limitación, un handicap de unos directores que renunciaron a la psicología pero no proponen nada para sustituirla, resultando incapaces de decir nada sobre los personajes que aparecen en sus películas?
Pero Petit indi no es extrema en ese aspecto, es decir Recha oscila entre la mirada fría y distanciada y la búsqueda de una tímida pero cierta identificación: es en ese terreno donde la película del director catalán introduce elementos de un cine más narrativo y dramatizado, ciertos elementos de épica, aunque sea una épica de concursos de canto de jilgueros y carreras de galgos. Recha introduce algunos recursos insospechados en el cine minimalista contemporáneo, como los travellings laterales de seguimiento y sobre todo los movimientos ascendentes de grúa que le sirven para mostrar la exaltación del protagonista en el canódromo o frente a las jaulas de los jilgueros.
Unos movimientos de grúa tan ingenuos que parece que Recha acaba de inventarlos, y unas estrategias de identificación que parecen retrotraernos al cine primitivo. Pero en esa tensión entre los recursos del cine contemplativo ultramoderno y la ingenuidad de una narración que el director identifica con el punto de vista de su protagonista está el valor de esta propuesta, que a algunos les parecerá discordante. Recha tiene en sus imágenes más cine que la mayor parte del cine español estrenado este año, es posible que todavía no haya encontrado la manera de articularlas de manera completamente coherente. Su intención, por lo que ha declarado en varias entrevistas, es dejar de lado el cine más radical y minoritario y buscar un público más amplio. Espero que no sea tan ingenuo como su protagonista y se piense que eso es fácil.