El imaginario del Doctor Parnassus
T.O: The Imaginarium of Doctor Parnassus
Dir: Terry Gilliam
Int: Heath Ledger, Christopher Plummer, Johnny Depp, Colin Farrell, Jude Law
Reino Unido, Francia, Canadá, 2009. 122'
Ventajas de los espejos mágicos
El 23 de enero de 2008, cuando nos despertamos con la noticia de la muerte del actor Heath Ledger, comenzamos a tener sólidos motivos para temer que la carrera como director de Terry Gilliam se hallara presa de una maldición. Ledger murió en mitad del rodaje de “El imaginario del Doctor Parnassus”, en lo que suponía el mayor desastre en una carrera plagada de ellos. “Las aventuras del Barón Munchausen” (“The adventures of Baron Munchausen”, 1989) y su frustrado proyecto sobre Don Quijote forman parte del libro negro de la producción cinematográfica por diferentes motivos. (El documental “Lost in La Mancha”, (Id, Keith Fulton, Louis Pepe, 2002) narra el naufragio de éste último proyecto, y ha sido utilizado como material didáctico en alguna escuela de cine, para mostrar lo que no se debe hacer en una producción cinematográfica) Y ahora, su último proyecto afrontaba una más que segura cancelación.
¿Era el fin de Terry Gilliam? Un año después, presentó el film terminado en el festival de Cannes, con la participación de Johnny Depp, Jude Law y Colin Farrell en las escenas que le faltaban por rodar a Ledger (Ventajas de tener un espejo mágico en el guión, asegura Gilliam) Como si hubiese realizado un pacto con el diablo (o con la compañía aseguradora), el veterano director sobrevivía al mayor desastre que puede sufrir una película: la muerte del actor protagonista en pleno rodaje. Es inevitable que eso de cierto morbo a la película, pero además se trata de una cinta en la que se habla constantemente de la muerte y de la inmortalidad, de la capacidad que tiene la imaginación de hacer sobrevivir a las personas tras su muerte física. Es una summa de todas las obsesiones del director, una especie de compendio de todos los trucos que puede sacarse de su chistera, y, tal como han ido las cosas, nos preguntamos si ha ganado de una vez por todas la apuesta con el diablo, el destino o lo que sea que haya decidido apostar.
Gilliam ha cultivado durante años una imagen de genio maldito basada en la mala suerte de sus proyectos. Su mala suerte está bastante acreditada, desde luego, pero su falta de éxito y de oportunidades para llevar a cabo sus proyectos tiene sus raíces en las propias características de su cine. Gilliam pretende usar el cine como herramienta para crear mundos imaginarios, y eso es, por supuesto, muy caro. Por otra parte, la imaginación de Gilliam es principalmente plástica, lo que hace que descuide bastante la narrativa. Sus películas son caprichosamente episódicas, y el motor que une los diferentes episodios suele ser tan débil como una apuesta con el diablo, como es el caso de “Parnassus” Las tramas más o menos humanas suelen ser flojas, y en sus películas suele importar más la caracterización que la interpretación de los actores.
Feriantes de la vieja escuela
En resumen: Terry Gilliam no es un director que pueda financiar fácilmente sus películas: la falta de presupuesto ha mermado la calidad de la mayor parte de sus propuestas, y es que a pesar de tener un público fiel, nunca ha hecho un cine verdaderamente popular, lo que se espera de quien practica el género fantástico. Es por ello que es inevitable ver la figura del anciano Doctor Parnassus (Christopher Plummer) como un reflejo del propio director. Al principio de la película, la troupe de Parnassus aparca su desvencijado carromato en pleno centro de Londres, frente a una moderna discoteca. El viejo aparece dormido en una especie de trance (lo más probable es que esté borracho), mientras el resto de comediantes intenta poner en pie una actuación. La anacrónica presencia de un carromato de titiriteros ambulantes salidos del pleno siglo XIX llama la atención de los juerguistas borrachos que salen de la discoteca, provocando una trifulca. Durante la pelea, sabremos que entre el cochambroso atrezzo del show se halla un espejo mágico, un artefacto que tiene la capacidad de crear mundos a partir de la imaginación de quien se adentre en él.
A partir de ahí, los que conozcan algo la filmografía de Gilliam se esperarán lo que sigue: una sucesión de viajes a través del espejo en los cuales el director nos mostrará diferentes facetas de su fantasía, unidos a través de una tenue trama que implica al personaje de Ledger, un advenedizo al show que no tardará en mostrar más de una cara (literalmente). El motor de la trama es, como ya hemos dicho, una apuesta con el diablo, según la cual el Dr Parnassus tendrá que entregarle a éste su adorable hija Valentina (Lily Cole) cuando ésta cumpla dieciséis años. Es el precio de la inmortalidad, que el buen doctor sufre desde hace ya más de mil años. Por supuesto, quedan pocos días para el decimosexto cumpleaños de Valentina, y Mr Nick, que es cómo se llama aquí al diablo, aparece con antelación, dispuesto a cobrarse la deuda. La caracterización que hace de este personaje el músico y ocasional actor Tom Waits es una de las grandes bazas de esta película, por cierto.
El imaginario de Mr Gilliam
Si fueron bastantes los que vieron al propio Terry Gilliam como un Don Quijote luchando contra molinos de viento en su frustrado proyecto sobre el personaje de Cervantes, (que, por cierto, según parece, retomará el año que viene), es inevitable ver aquí la figura del norteamericano establecido en Inglaterra en el mismo Dr Parnassus: un viejo cómico que pasea su espectáculo pasado de moda y asume con cada vez menos estupefacción el desinterés del público, porque no tiene ni idea de qué hacer para atraer a los espectadores actuales. Pero como a todo viejo feriante que se precie, Parnassus (y Gilliam) no tendrán más opción que repetir sus viejos trucos hasta que les quede algo de aliento, lo que al menos en el caso del personaje de Christopher Plumier es bastante problemático, ya que es inmortal.
Es por ello que “El imaginario del Doctor Parnassus” se nos aparece como una auténtica poética Gilliana: una obra en la que su autor nos muestra todas sus armas creativas a la vez que reflexiona en voz alta sobre el papel de la fantasía en el mundo de hoy. Para Gilliam, el mundo actual está perdiendo la capacidad de fantasear, de crear mitos y leyendas, y eso es bastante problemático, porque esas historias nos ayudan a estructurar nuestra experiencia, y por tanto nos ayudan a encontrar sentido a la vida. Según Gilliam, sería preferible que los niños crearan sus propios personajes en vez de disfrazarse de Batman o Spiderman en Halloween; quizá por esas mismas razones, Gilliam nunca ha decidido aplicar su talento a ninguna franquicia de Hollywood, sino que ha intentado abrirse paso con sus propias fantasías, un camino más duro y que le ha condenado a trabajar en los márgenes de la industria cinematográfica.
La recepción de una película tan especial como esta seguirá sin duda la línea del resto de las obras del director. Habrá quienes consideren demasiado larga la sucesión de mundos fantásticos elaborados por Gilliam, especialmente al estar unidos por una trama tan tenue. Habrá otros que le reprochen la calidad de los efectos digitales, aunque, quién sabe, puede que dentro de unas décadas las actuales imágenes creadas por ordenador pasen a formar parte de la tramoya de la cultura popular, y sean vistas con nostalgia. Para otros, la fantasía del director resultará excesiva, desbocada y recargada, y no dejarán de tener razón, al fin y al cabo estamos seguros de que muchos de los elementos de la imaginería del norteamericano sólo tendrían sentido si fuéramos capaces de meternos en su cabeza. Se le puede reprochar todo esto, como siempre, pero no se debe dejar de lado que “El imaginario del Doctor Parnassus” es una propuesta honesta que contiene una interesante reflexión sobre el acto de crear.