Dir: Lars Von Trier
Int: Willem Dafoe, Charlotte Gaingsbourg
Dinamarca, Alemania, Gran Bretaña, Francia, Italia,
2009, 109'
Hace unos años, Lars Von Trier sufrió una grave depresión (quizá motivada por la escasa repercusión de Manderley (id, 2005) y El jefe de todo esto ( Direktoren for det hele, 2007), su últimas películas) que estuvo a punto, incluso, de hacerle abandonar el cine. Antichrist es, según el director danés, su exorcismo personal, una película construida sobre el dolor y la desesperanza. Por otra parte, se trata de una producción en inglés, con un reparto internacional y un género popular, en lo que parece un intento de Von Trier por recuperar el interés del público. Desde luego, Antichrist es reconocible perfectamente como película de terror tanto como cine de autor confesional: lo mejor de dos mundos. La recepción de la película en Cannes fue antológica: desmayos en el Palais des Festivals (motivados por escenas de violencia sexual extrema), un sonoro abucheo alternado con aplausos y una frenética rueda de prensa posterior en la que el director no dudó en proclamarse el mejor director del mundo. Por supuesto que lo era, por lo menos en ese momento.
Una cabaña en el bosque
Lars Von Trier lleva ya dos décadas capitalizando el debate entre los que piensan que es el último genio del séptimo arte y los que denostan su cine como una mera pose sin demasiado sentido, de manera que esas cuestiones no tienen ya demasiado sentido. Es realmente un director poderoso, con un gran dominio de la creación de imágenes, el problema con su cine consiste en que las ideas que hay detrás no siempre parecen tan sofisticadas como las imágenes que las expresan. Algo así ocurre en Antichrist, en la que una pareja se retira a una cabaña apartada en el bosque para intentar superar la muerte de su hijo pequeño. Él (Willem Dafoe), psiquiatra de profesión, representa la razón y la cultura, mientras que Ella (Charlotte Gainsbourg) es la naturaleza, entendida como fuerza telúrica e irracional. Por supuesto, esta identificación entre lo masculino y la razón, y lo femenino y la naturaleza es bastante simplificadora de entrada, pero tendremos que aceptarla si queremos seguir el juego que nos propone el director danés.
Durante sus primeras tres cuartas partes, la película consiste en un enfrentamiento dialéctico entre la pareja, entre el frío y racional psiquiatra que propone ejercicios y terapias a su mujer y Ella (nunca conoceremos los nombres de los personajes, y exceptuando al niño pequeño, son las únicas personas que aparecen en la película), la madre a quien el dolor ha privado de la máscara racional con la que se enfrentaba al mundo y a quien la naturaleza se le aparece como algo sin sentido, un mero ciclo orgánico de generación y descomposición. Por supuesto, Lars Von Trier juega con las cartas marcadas, y desde el principio sabemos que Él es un zoquete, uno de esos personajes del cine de terror que van metiéndose ellos solitos en la boca del lobo para que el público disfrute anticipando su desgracia.
En los títulos de crédito aparece un investigador especializado en películas de terror (¿?), lo que confirma que Von Trier se tiene bien estudiado el tema. En Antichrist aparecen varias convenciones de la producción reciente del género: la muerte de un hijo como desencadenante, la cabaña aislada en el bosque, etc. Incluso en su última media hora gira hacia un terreno completamente gore, explorado en varios subgéneros como el torture-porn norteamericano o el extreme japonés: como Takashi Miike, Lars Von Trier lleva el enfrentamiento entre sus personajes hacia extremos de aberración física que muchos espectadores encontrarán difíciles de soportar.
Lo que no tienen, desde luego, ninguno de los practicantes de la última ola gore es la capacidad de sugerencia visual del cineasta danés, capaz de crear inquietud en el espectador simplemente acercando la cámara a un jarrón con flores. Como todo en Von Trier, su puesta en escena está completamente calculada: a pesar de lo que dice el zorro parlanchín a quien pone voz el propio director, el caos no reina, por lo menos en lo que respecta a la manera en que dirige sus películas. Su estilo es sorprendente, caprichoso y extravagante, pero siempre claro y cristalino para el espectador. Un ejemplo: al principio de la película, la cámara se acerca a la piel de la protagonista y nos muestra detalles semiborrosos de su cuello, su mano y su garganta, en un recurso aparentemente misterioso. Unos minutos más tarde, los mismos planos vuelven a aparecer, pero la voz del protagonista nos explica su sentido: se trata de visualizar los síntomas de la ansiedad que sufre la protagonista: sequedad, pulso acelerado, etc.
Terror y psicología
Dicho de otra manera, el sorprendente y a menudo desconcertante sentido de la composición visual de Lars Von Trier no recuerda la misteriosa poesía visual de Andrei Tarkovsky (a quien invoca en los créditos, dedicándole la película) sino más bien la claridad expositiva de Steven Spielberg, otro director al que le gusta dejar las cosas bien claritas al espectador, aunque él mismo no las tenga demasiado claras. Aunque, por supuesto, el norteamericano y el danés se diferencian en un aspecto fundamental: Spielberg busca un cine conciliador y de consenso, mientras que Von Trier intenta más bien epater la bourgeoisie.
En el último festival de Cannes el jurado ecuménico otorgó por primera vez en su historia un anti-premio, del que fue merecedora la película que nos ocupa, “por ser la película más misógina posible del autoproclamado mejor director”. Claro, si uno se la toma literalmente, Antichrist es una película que recomienda matar a las mujeres. Pero no hay por qué tomarse demasiado literalmente a Lars Von Trier, sobre todo porque su discurso filosófico está tan impregnado de grand guignol que uno no está demasiado seguro de donde empieza uno y termina el otro. Uno puede dejar de lado toda la parafernalia filosófica que sugiere la película y verla como cine de terror o como otra creación chocante y perturbadora en una carrera pródiga en ellas. Pero, quizá porque la depresión ha agudizado su percepción del mundo, el cineasta danés capta en esta película aspectos muy interesantes del zeitgeist cultural en el que nos movemos.
El cine de terror es un termómetro psicológico bastante preciso de cada época, al fin y al cabo uno debe conocer las cosas que asustan a la gente para hacer ese tipo de películas. El terror de la última década hace un retrato de la sociedad occidental bastante preciso, en el que afloran los miedos propios de un época inestable, sin referentes sólidos una vez desmoronadas las grandes metanarrativas tradicionales (religiones, ideologías, etc.) Aparecen personajes cuya visión del mundo se revela una ilusión, como si la capacidad de conocer la realidad fuese falible. (Los otros, (Alejandro Amenabar, 2001); El Maquinista, (The Machinist, Brad Anderson, 2001) son sólo dos ejemplos entre decenas.) La muerte, desprovista del sentido que le daba la religión, se convierte en un fenómeno natural inexplicable, que deriva o bien hacia un espiritualismo new-age o hacia el puro horror de lo inefable, explotado principalmente a través de personajes que sufren la muerte de sus hijos pequeños. (El Orfanato, José Antonio Bayona, 2007, por citar solamente películas españolas). La desaparición de las explicaciones trascendentales hace aparecer el horror de la materia en toda su extensión. En ese sentido, el cine de terror ha apostado cada vez más por la explotación de las vísceras y de la sangre, mostrando la muerte como un mero proceso de descomposición física. Especialmente relevante en este sentido es la tendencia extreme del cine japonés, que tras plantear los conflictos dramáticos, los resuelve reduciéndolos a sus puras implicaciones físicas.
Todo esto aparece en Antichrist, que parece oscilar sin solución de continuidad entre el drama íntimo de Ingmar Bergman o August Stridberg (las conversaciones en las que la pareja analiza su situación emocional) y el cine de terror de la última década. Y cada una de las facetas de esta película retroalimenta a la otra: los recursos de género desverlan su profundidad psicológica, mientras que el retrato íntimo de la pareja crea una atmósfera de incertidumbre gracias a la frialdad con la que el director contempla a sus criaturas.Von Trier utiliza el exceso, pero no sólo el exceso visual, sino la radicalidad de las ideas que lo configuran (ahí es nada, la identificación de la mujer con el mal) como recurso para enfrentar al espectador con sus propias ideas. De esta manera, el danés es un cineasta discutible, en el sentido más literal del término.