T.O: Il Divo: La staordinaria vita di Giulio Andreotti.
Dirección: Paolo Sorrentino
Intérpretes: Toni Servillo, Anna Bonaiuto, Paolo Graziosi.
Italia, 2008, 110'
Cuando un político subsiste largo tiempo encaramado al poder, esquivando las críticas de la oposición, acusaciones de corrupción o incluso de delitos de sangre como si no fueran con él y nada pudiese afectarle, se suele decir que tiene piel de rinoceronte. Algo así le pasaba al italiano Giulio Andreotti, que entró por primera vez en el gobierno en 1946, ocupó varias carteras durante las décadas siguientes y fue tres veces presidente del consejo de ministros, a pesar de estar constantemente relacionado con la mafia e incluso con el asesinato de Aldo Moro, primer ministro de un gobierno en el que Andreotti era ministro de defensa. Para mantenerse inmune a esos trapos sucios y otros (la operación Gladio, la logia P2…), Andreotti modeló una presencia distante, un eterno aire de seriedad e indiferencia que no dejaba a nadie adivinar que pasaba realmente por su cabeza. Acostumbraba a soltar breves e ingeniosos diktats: “El poder desgasta, pero sólo a los que no lo tienen”, le contestó a un candidato de la oposición.
En “Il Divo”, la piel de rinoceronte del anciano mandatario se construye literalmente a través de la espesa capa de látex y maquillaje que nos oculta los rasgos del actor Toni Servillo. De la mano del director Paolo Sorrentino, Servillo compone el personaje a través de una inexpresividad parsimoniosa: un catálogo de cuatro o cinco gestos casi rituales que sirven para ocultarse más que para expresarse. Esto, unido al maquillaje y la querencia del personaje por los ambientes en penumbra, nos recuerda más a una película de terror que a un drama político: Servillo/Sorrentino muestran a su Andreotti como un viejo vampiro salido de las catacumbas del poder y con bastante aversión a la luz del día.
La película recupera el viejo arsenal de la sátira política con un barniz de farsa posmoderna para realizar un retrato grotesco y nada sutil: Sorrentino comienza presentándonos al gobierno andreottiano con estratagemas de espaguetti-western (silbidos incluidos), una manera bastante descarada de decirnos que son una banda de matones; nos ofrece una recepción en el Kremlin en la que todo el mundo baila claqué, y hace que un monopatín irrumpa a todo velocidad en el hall del parlamento italiano justo cuando se conoce la noticia del asesinato del fiscal anti-mafia Giovanni Falcone. Se puede argumentar que nada de esto tiene que ver con la política, al fin y al cabo, y que este retrato sitúa a Andreotti mas bien dentro de la querencia del napolitano Sorrentino por los personajes extraños solitarios y desagradables.
De esta manera, el líder de la Democracia Cristiana sería primo lejano del Titta di Girolamo de “Las consecuencias del amor” (“Le conseguenze dell’amore”, 2004), (interpretado también por Servillo) que vivía prácticamente sin salir de la habitación de su hotel en Zurich excepto para entregar maletas con dinero de la mafia en un banco cercano; y del Geremia de Geremei de “L’amico di famiglia” (2006), un repulsivo prestamista. Sorrentino gusta de los personajes extremos, y de un estilo visual extremo, también. Sobreestiliza la puesta en escena con largos planos coreografiados y un uso bastantes veces chocante de la columna sonora. Se divierte creando una tras otra escenas completamente inesperadas para el espectador, a costa de dejarle a veces bastante desconcertado, preguntándose qué clase de película está viendo.
La puesta en escena de la película, no es banal, de todas formas. Sirve para recordarnos que a Andreotti su estrategia de opacidad personal y sus discursos sobre la política del mal menos no le sirvieron para alcanzar una serena dignidad en el poder, sino para convertirse en una especie de siniestra y ridícula marioneta.