Dir: Paul Thomas Anderson
Int: Daniel Day-Lewis, Paul Dano.
EE.UU, 2007, 158'
Érase una vez en América.
En 1991, el dibujante norteamericano Don Rosa comenzó a publicar la serie “The Life and Times of Scrooge McDuck”, una biografía del Tio Gilito. En ella, nos narra los antecedentes del famoso personaje de la factoría Disney (Creado por Carl Banks), desde sus míseros orígenes como vástago de una arruinada saga escocesa hasta convertirse en “el pato más rico del mundo”. El Tío Gilito es el arquetipo del emprendedor individualista que construyó América, imbuido de la ética del trabajo protestante. Mitad empresario, mitad vagabundo, buscó su fortuna a través del esfuerzo y la iniciativa personal. Su objetivo es la riqueza por sí misma, no como método de elevación social; su mayor logro es la acumulación de dinero en un depósito gigante mientras sigue vistiéndose con una levita que compró en Escocia por 5 centavos en 1902. Por supuesto, esta clase de personajes desapareció con el desarrollo social e industrial de los Estados Unidos, donde las corporaciones tomaron la batuta y la iniciativa individual se veía subordinada a las dinámicas de grupo, pero el mito pervivió, y actualmente está en la base de muchas de las actitudes sociales y políticas de la nación más poderosa del mundo. En “Pozos de ambición” (o “There Will Be Blood”), Paul Thomas Anderson narra otra cara de la misma historia, en la que desaparece el sentido aventurero y la ambición se convierte en la fuerza dominante, convirtiendo el individualismo en aislamiento sociopático.
Anderson nos presenta a Daniel Plainview (Daniel Day-Lewis) hundido en un pozo, mientras excava una mina de plata. La oscuridad y el sucio trabajo físico nos lo asemejan más a un animal que a un ser humano, aspecto reforzado por el hecho de que no pronuncie ni una palabra durante los primeros diez minutos de la película. La gravedad de las imágenes, extraordinariamente subrayada por la banda sonora de Jonny Greenwood, nos anuncia que estamos ante una tragedia aún antes de que nada haya sucedido. Lo vemos caerse en la mina y romperse una pierna, tras lo cual no dudará en ir reptando con una piedra de plata hasta el pueblo más cercano para registrar la mina. Durante el resto de la película, a pesar de su progresivo éxito con la extracción de petróleo, Plainview no dejará de ser un vagabundo y asesino, sucio y de escasos modales, con cierto grado de alcoholismo y que se siente más cómodo durmiendo en el suelo que en cualquier cama. Day-Lewis le aporta otra de sus estudiadas e intensamente físicas interpretaciones, con un grado de exceso que está en línea con la propia naturaleza del personaje.
Cuando Plainview consiga su golpe de fortuna, encontrando una enorme reserva de petróleo bajo unas áridas tierras en California, cambiará por completo la vida de Little Boston, el pequeño pueblecito en que se encuentran. Con el dinero del petróleo, pueden construir escuelas e iglesias, pero para ello, Plainview tiene que llegar a un acuerdo con Ely Sunday (Paul Dano), un joven predicador que se convertirá en la fuerza política más importante de la comunidad. A partir de ahí, el enfrentamiento entre Plainview y Sunday, en el que los elementos económicos y religiosos se mezclaran de una manera no siempre clara, dominará el resto del metraje, hasta llegar a un terrible desenlace. Plainview civilizará el lugar, creando una comunidad allí donde sólo había un páramo improductivo, pero será el carismático predicador quien cohesione a los miembros de esa comunidad a través de su iglesia de la tercera Revelación. Pero para un personaje como el de Day-Lewis, cuyo individualismo llega a ser patológico, la autorrealización está peligrosamente cerca de la autodestrucción.
En 1991, el dibujante norteamericano Don Rosa comenzó a publicar la serie “The Life and Times of Scrooge McDuck”, una biografía del Tio Gilito. En ella, nos narra los antecedentes del famoso personaje de la factoría Disney (Creado por Carl Banks), desde sus míseros orígenes como vástago de una arruinada saga escocesa hasta convertirse en “el pato más rico del mundo”. El Tío Gilito es el arquetipo del emprendedor individualista que construyó América, imbuido de la ética del trabajo protestante. Mitad empresario, mitad vagabundo, buscó su fortuna a través del esfuerzo y la iniciativa personal. Su objetivo es la riqueza por sí misma, no como método de elevación social; su mayor logro es la acumulación de dinero en un depósito gigante mientras sigue vistiéndose con una levita que compró en Escocia por 5 centavos en 1902. Por supuesto, esta clase de personajes desapareció con el desarrollo social e industrial de los Estados Unidos, donde las corporaciones tomaron la batuta y la iniciativa individual se veía subordinada a las dinámicas de grupo, pero el mito pervivió, y actualmente está en la base de muchas de las actitudes sociales y políticas de la nación más poderosa del mundo. En “Pozos de ambición” (o “There Will Be Blood”), Paul Thomas Anderson narra otra cara de la misma historia, en la que desaparece el sentido aventurero y la ambición se convierte en la fuerza dominante, convirtiendo el individualismo en aislamiento sociopático.
Anderson nos presenta a Daniel Plainview (Daniel Day-Lewis) hundido en un pozo, mientras excava una mina de plata. La oscuridad y el sucio trabajo físico nos lo asemejan más a un animal que a un ser humano, aspecto reforzado por el hecho de que no pronuncie ni una palabra durante los primeros diez minutos de la película. La gravedad de las imágenes, extraordinariamente subrayada por la banda sonora de Jonny Greenwood, nos anuncia que estamos ante una tragedia aún antes de que nada haya sucedido. Lo vemos caerse en la mina y romperse una pierna, tras lo cual no dudará en ir reptando con una piedra de plata hasta el pueblo más cercano para registrar la mina. Durante el resto de la película, a pesar de su progresivo éxito con la extracción de petróleo, Plainview no dejará de ser un vagabundo y asesino, sucio y de escasos modales, con cierto grado de alcoholismo y que se siente más cómodo durmiendo en el suelo que en cualquier cama. Day-Lewis le aporta otra de sus estudiadas e intensamente físicas interpretaciones, con un grado de exceso que está en línea con la propia naturaleza del personaje.
Cuando Plainview consiga su golpe de fortuna, encontrando una enorme reserva de petróleo bajo unas áridas tierras en California, cambiará por completo la vida de Little Boston, el pequeño pueblecito en que se encuentran. Con el dinero del petróleo, pueden construir escuelas e iglesias, pero para ello, Plainview tiene que llegar a un acuerdo con Ely Sunday (Paul Dano), un joven predicador que se convertirá en la fuerza política más importante de la comunidad. A partir de ahí, el enfrentamiento entre Plainview y Sunday, en el que los elementos económicos y religiosos se mezclaran de una manera no siempre clara, dominará el resto del metraje, hasta llegar a un terrible desenlace. Plainview civilizará el lugar, creando una comunidad allí donde sólo había un páramo improductivo, pero será el carismático predicador quien cohesione a los miembros de esa comunidad a través de su iglesia de la tercera Revelación. Pero para un personaje como el de Day-Lewis, cuyo individualismo llega a ser patológico, la autorrealización está peligrosamente cerca de la autodestrucción.
Creciendo en Hollywood
La primera vez que oímos hablar de Paul Thomas Anderson fue con “Boggie Nights” (ídem, 1996), un fresco épico sobre el mundo del porno en los setenta que causó el asombro entre la crítica norteamericana, ávida en calificar al ambicioso joven con el título de “nuevo Tarantino”. Anderson jugó bien su papel de enffant terrible y abrió su película con un virtuoso plano secuencia que había tomado prestado de “El juego de Hollywood” (“The Player”, Robert Altman, 1991), pero más allá del sensacionalismo de su tema y de una puesta en escena pirotécnica, la película no conseguía levantar el vuelo. Su siguiente paso, “Magnolia” (ídem,1999) era un poco disimulado remake de “Vidas cruzadas” (“Short Cuts”, Robert Altman, 1993), aunque a pesar de tener tan presente la huella de su declarado mentor, la personalidad del director conseguía abrirse paso entre las tres horas de metraje y la maraña de hilos narrativos de su película. Las relaciones paterno-filiales, tanto biológicas como adoptivas, eran el eje de gravedad sobre el que descansaba toda la narración, un tema que retoma en “Pozos de ambición”. También aparecía su gusto por los embaucadores carismáticos, como el gurú sexual que le valió una nominación al oscar a Tom Cruise.
Embriagado de amor” (“Punch-Drunk Love”, 2002), a pesar de que pasó completamente desapercibida, superó algunos de sus defectos, como su exagerada tendencia a hacerse notar y lo visibles que eran las referencias que empleaba. Adam Sandler interpretaba a un pequeño comerciante pasivo-agresivo cuyo entorno familiar (siete insoportables hermanas) parece empujar a un estallido de violencia. Pero Anderson decide dejar al espectador con un palmo de narices y hacer que los personajes resuelvan sus conflictos de manera pacífica, en un cuestionamiento de la lógica belicista que imperaba tras los atentados del 11-S, lo que no le ayudó de cara a la taquilla. Anderson es uno de esos escasos directores cuya carrera (hasta ahora) ha ido en progresión ascendente, película a película. En ese sentido, “There Will Be Blood” supone una auténtica puesta de largo: nunca se había atrevido con un tema tan ambicioso, y hasta ahora, no había conseguido articular su estilo de una manera tan coherente y aparentemente sencilla. Parece que por fin ha conseguido hablar con propiedad y ambición, como si quisiera demostrar a todo el mundo que tenían toda la razón quienes le consideraban un genio a los 25 años.
El tono de la película lo el diseño de producción de Jack Fisk y la música de Jonny Greenwood. Fisk, habitual de Terrence Malick y David Lynch, crea unos decorados físicos y rugosos, nada espectaculares, como las casamatas de madera del poblado montado apresuradamente tras el descubrimiento del petróleo, o los vagones del tren, con sus asientos de madera en los que se puede sentir la incomodidad y el lento traqueteo. Huyendo de la exhibición espectacular de los decorados, un cliché en casi cualquier film de época, Fisk recrea un entorno agresivo y duro, reflejo del estoicismo de sus pobladores. Greenwood, por su parte, se revela como un compositor de primer orden con una banda sonora grave y atmosférica que sobrevuela las imágenes de manera libre.Como ya hemos destacado, Anderson pule y perfecciona su estilo en esta película. Ya no necesita que los grandilocuentes planos secuencia se hagan notar por sí solos, pero sí que mantiene el uso del plano largo para describir ambientes, como la primera vez que Plainview y H.W. llegan a Little Boston, en el que la cámara sigue su llegada mientras nos describe el desolado lugar. Los colores están menos saturados que en anteriores ocasiones, recordando a fotos de época, decoloradas por el paso del tiempo. Predominan los tonos terrosos, reduciendo el cromatismo al rojo y al negro en los momentos en los que la ambición del personaje de Plainview le domina, en un recurso que puede resultar excesivo.
Tras ver “Pozos de ambición”, se hace bastante difícil intentar adivinar hacía donde irá la carrera de Anderson. Por primera vez, la película no se ambienta en una época que conozca bien, ni se desarrolla en el californiano Valle de San Fernando, donde creció. Su personalidad comienza a afianzarse tras las referencias y los excesos de wunderkind con los que había entusiasmado al principio de su carrera. Aun así, resulta extraño contemplar una película como esta, que no trata de manera simpática precisamente a la ambición personal ni al individualismo, venir firmada por alguien que se creyó un genio a los 25 años y ha utilizado todas las armas que ha tenido a su alcance para llegar a la cima de Hollywood.
La primera vez que oímos hablar de Paul Thomas Anderson fue con “Boggie Nights” (ídem, 1996), un fresco épico sobre el mundo del porno en los setenta que causó el asombro entre la crítica norteamericana, ávida en calificar al ambicioso joven con el título de “nuevo Tarantino”. Anderson jugó bien su papel de enffant terrible y abrió su película con un virtuoso plano secuencia que había tomado prestado de “El juego de Hollywood” (“The Player”, Robert Altman, 1991), pero más allá del sensacionalismo de su tema y de una puesta en escena pirotécnica, la película no conseguía levantar el vuelo. Su siguiente paso, “Magnolia” (ídem,1999) era un poco disimulado remake de “Vidas cruzadas” (“Short Cuts”, Robert Altman, 1993), aunque a pesar de tener tan presente la huella de su declarado mentor, la personalidad del director conseguía abrirse paso entre las tres horas de metraje y la maraña de hilos narrativos de su película. Las relaciones paterno-filiales, tanto biológicas como adoptivas, eran el eje de gravedad sobre el que descansaba toda la narración, un tema que retoma en “Pozos de ambición”. También aparecía su gusto por los embaucadores carismáticos, como el gurú sexual que le valió una nominación al oscar a Tom Cruise.
Embriagado de amor” (“Punch-Drunk Love”, 2002), a pesar de que pasó completamente desapercibida, superó algunos de sus defectos, como su exagerada tendencia a hacerse notar y lo visibles que eran las referencias que empleaba. Adam Sandler interpretaba a un pequeño comerciante pasivo-agresivo cuyo entorno familiar (siete insoportables hermanas) parece empujar a un estallido de violencia. Pero Anderson decide dejar al espectador con un palmo de narices y hacer que los personajes resuelvan sus conflictos de manera pacífica, en un cuestionamiento de la lógica belicista que imperaba tras los atentados del 11-S, lo que no le ayudó de cara a la taquilla. Anderson es uno de esos escasos directores cuya carrera (hasta ahora) ha ido en progresión ascendente, película a película. En ese sentido, “There Will Be Blood” supone una auténtica puesta de largo: nunca se había atrevido con un tema tan ambicioso, y hasta ahora, no había conseguido articular su estilo de una manera tan coherente y aparentemente sencilla. Parece que por fin ha conseguido hablar con propiedad y ambición, como si quisiera demostrar a todo el mundo que tenían toda la razón quienes le consideraban un genio a los 25 años.
El tono de la película lo el diseño de producción de Jack Fisk y la música de Jonny Greenwood. Fisk, habitual de Terrence Malick y David Lynch, crea unos decorados físicos y rugosos, nada espectaculares, como las casamatas de madera del poblado montado apresuradamente tras el descubrimiento del petróleo, o los vagones del tren, con sus asientos de madera en los que se puede sentir la incomodidad y el lento traqueteo. Huyendo de la exhibición espectacular de los decorados, un cliché en casi cualquier film de época, Fisk recrea un entorno agresivo y duro, reflejo del estoicismo de sus pobladores. Greenwood, por su parte, se revela como un compositor de primer orden con una banda sonora grave y atmosférica que sobrevuela las imágenes de manera libre.Como ya hemos destacado, Anderson pule y perfecciona su estilo en esta película. Ya no necesita que los grandilocuentes planos secuencia se hagan notar por sí solos, pero sí que mantiene el uso del plano largo para describir ambientes, como la primera vez que Plainview y H.W. llegan a Little Boston, en el que la cámara sigue su llegada mientras nos describe el desolado lugar. Los colores están menos saturados que en anteriores ocasiones, recordando a fotos de época, decoloradas por el paso del tiempo. Predominan los tonos terrosos, reduciendo el cromatismo al rojo y al negro en los momentos en los que la ambición del personaje de Plainview le domina, en un recurso que puede resultar excesivo.
Tras ver “Pozos de ambición”, se hace bastante difícil intentar adivinar hacía donde irá la carrera de Anderson. Por primera vez, la película no se ambienta en una época que conozca bien, ni se desarrolla en el californiano Valle de San Fernando, donde creció. Su personalidad comienza a afianzarse tras las referencias y los excesos de wunderkind con los que había entusiasmado al principio de su carrera. Aun así, resulta extraño contemplar una película como esta, que no trata de manera simpática precisamente a la ambición personal ni al individualismo, venir firmada por alguien que se creyó un genio a los 25 años y ha utilizado todas las armas que ha tenido a su alcance para llegar a la cima de Hollywood.