El acordeón presenta la acentuada huella del neorrealismo, una de las influencias clave del cine iraní, y se sitúa lejos de la reflexión metacinematográfica que practica el director en sus últimas películas clandestinas. Panahi sigue a dos hermanos, un niño y una niña, que recorren las calles de Teherán tocando un acordeón y recogiendo de esa manera las monedas que necesitan para cuidar de su madre enferma. Sin darse cuenta, tocan sus canciones delante de una mezquita, lo que motiva la ira de un transeúnte que se arroga el poder de declararles blasfemos y confiscarles el acordeón. El muchacho reacciona iracundo ante estos hechos, mientras que la pequeña, por el contrario, muestra una asombrosa capacidad para comprender la posición del hombre y arreglar la situación de manera pacífica. “El acordeón es la historia de una necesidad humana de supervivencia en el contexto de una religión pretenciosa. Al chico no le permiten tocar por una prohibición religiosa, algo que él acepta para sobrevivir. Pero el principal personaje es la chica, que es, en mi punto de vista, el símbolo de la siguiente generación. Ella decide evitar la violencia y compartir sus pequeños ingresos con alguien que también está en necesidad.”
Esta pequeña pieza demuestra la facilidad de Panahi para elaborar películas engañosamente sencillas. En sus ocho minutos de duración, asistimos a un retrato de la intransigencia religiosa cotidiana tamizado por el característico humanismo del director, que encuentra el fondo moral en todos sus personajes. Una vez más, la película presenta el retrato de un personaje femenino enérgico y decidido, capaz de cambiar la dirección de los acontecimientos. Y el estilo de observación realista del director nos permite dar un paseo por un colorido y bullicioso mercado de Teherán.