domingo, 8 de febrero de 2015

Nightcrawler

DIR: DAN GILROY
INT: JAKE GYLLENHAAL, 
RENE RUSSO, RIZ AHMED
EEUU, 2014, 117'





En el cine negro, la atmósfera es el origen de todo. En los años cuarenta, era el claroscuro de las callejuelas mal iluminadas, propicias para las sombras alargadas. Eran los clubes de jazz inundados de humo y de multitudes abigarradas de desconocidos. Ahora, una nueva atmósfera comienza a definirse de manera nítida. Es una atmósfera en la que los rostros reflejan las luces (rojas o verdes) de los semáforos o las luces (rojas o azules) de los vehículos de policía o las ambulancias. Es la atmósfera de los reflejos de neón sobre la pintura metalizada, de los restaurantes de comida rápida bañados por luz fluorescente, del asfalto teñido por el reflejo ámbar de las farolas. Las calles son amplias avenidas, casi autopistas, ideales para la huida, para la persecución o para la colisión. El espacio de la intimidad es el habitáculo del automóvil: un regazo cálido y oscuro rodeado de oscuridad. Desde al automóvil, la carretera parece terminar allá donde no alcanzan los faros, y la ciudad es un vacío negro entre los destellos de los edificios iluminados.

 Los Ángeles es la ciudad ideal para proporcionar este tipo de atmósfera, una ciudad creada para el tráfico en la que todo el mundo parece tener prisa por llegar a alguna parte o por huir de algún sitio. Pero el asfalto no es la única manera de conectar los lugares. Hay antenas, cables, receptores que conectan pantallas de televisor, ordenadores portátiles, teléfonos móviles, aparatos de radio. En la noche, son islas de luz en medio de la oscuridad, voces en medio de los ruidos del tráfico que transmiten las historias que aspiran a unir los puntos, esos puntos brillantes que centellean entre la negrura. Tienen el efecto de crear un refugio a su alrededor, un refugio que permite tener la sensación de estar conectado a algo más amplio, un espacio común, aún cuando muchos de esos puntos brillantes y aislados estén habitados por personas solitarias inclinadas sobre el brillo de una pantalla.


Jake Gyllenhall en pos de la noticia
 Todo esto es increíblemente  mundano, nada más que unas cuantas luces nocturnas, ruido de motores, la ambientación realista de una cuidad por la noche. Pero la fantasía hace su aparición, la oscuridad se llena de temores no expresados y las luces, los colores, los reflejos se vuelven más intensos: el realismo se convierte en expresionismo. Los personajes que destacan sobre este fondo urbano suelen ser seres solitarios y autosuficientes, sin pasado ni vínculos, dotados de flexibilidad moral, de rigidez emocional y de una solida disciplina para perfeccionar sus habilidades. Están perfectamente adaptados a la velocidad y a la posibilidad de la violencia, se sienten especialmente cómodos desplazándose por este territorio irregular de lugares aparentemente inconexos. Lou Bloom (Jake Gyllenhaal) es uno de ellos. 

Al principio, es solamente un ladronzuelo al que descubrimos robando alambre y tapas de alcantarilla para vendérselas a algún chatarrero. Pero Lou se ha fijado metas más altas. “Trabajo duro, me marco objetivos elevados y soy conocido por mi persistencia”, dice a modo de presentación. Un día, se detiene para observar un accidente de tráfico y contempla cómo un operador de cámara se pone a grabar sin molestarse por evitar obstaculizar el rescate de la víctima. Es un Nightcrawler, un “reptador nocturno” que recorre a toda velocidad las calles de Los Ángeles sintonizando la emisora de la policía, tratando de llegar antes que nadie a los escenarios de los accidentes, los incendios o lo crímenes. Su propósito es suministrar a los informativos locales unas imágenes lo suficientemente sangrientas como para mantener a la audiencia pegada al televisor. Lou lo observa con atención, y siente una especie de revelación: ha descubierto una profesión en la que podría destacar. 


Jake Gyllenhaal y Rene Russo
Alto, delgado, huesudo, con unos ojos que miran fijamente sin parpadear y un peinado de brillo aceitoso: Lou es una presencia inquietante desde el primer momento, que Gyllenhaal interpreta con la combinación precisa de vulnerabilidad y amenaza. Sus maneras producen una sensación desconcertante, como si su conducta no fuese más que una interpretación, una imitación de los comportamientos que considera correctos. Da la sensación de que le da igual no resultar auténtico mientras consiga lo que se propone. Es intermitentemente ridículo y siniestro, especialmente cuando recita lemas de autoayuda para emprendedores como si fueran una verdadera filosofía vital.  “Ya se que la cultura laboral de hoy día ya no provee la estabilidad laboral que se prometía a las anteriores generaciones. Pero creo que las cosas buenas les suceden a quienes se parten el lomo, y que la buena gente que llegó a la cima de la montaña no se ha caído allí. Mi lema es: ‘si quieres ganar la lotería, necesitas dinero para comprar un número’”


Lou Bloom parece criado por la atmósfera, educado por internet y los gurús del momento; con una malsana facilidad para desenvolverse en las zonas de la noche donde corre la sangre. En el centro de su personalidad parece haber un vacío, un agujero negro que ha absorbido la retórica individualista de la época para dotar de sentido a sus movimientos. Si al principio su posición nos parece vulnerable, como corresponde a alguien que vive en los márgenes económicos y sociales, pronto comenzará a emplear una despiadada capacidad de negociación que desequilibrará el balance de poder, especialmente en lo que concierne Nina Romina (Rene Russo), la directora del informativo al que Lou suministra sus imágenes. Lou demuestra una gran habilidad para serpentear a toda velocidad las calles de Los Angeles, colocar los cadáveres en las posiciones más fotogénicas e incluso provocar algún tiroteo, pero también para fijar el precio y los términos de su relación, para imponer su presencia en los despachos y en el plató del noticiario. La amoralidad no solamente es una ventaja en las calles.

Para cuando Lou prospera lo suficiente como para conducir un muscle car, ha quedado suficientemente claro que la película no solamente se limita a criticar el sensacionalismo en los medios de comunicación, sino que cuestiona profundamente el modelo de sociedad en el que se mueve su protagonista. Es algo que se percibe especialmente en la manera en que Rick, el joven que contrata como ayudante, funciona como contrapunto de Lou. Riz Ahmed lo interpreta con estilo de naturalismo balbuciente que contrasta profundamente con el registro lunático de Gyllenhaal. Rick es un joven criado en algún mal barrio que ha terminado el instituto y roza la indigencia, sin oportunidades de ninguna clase. En el asiento del copiloto, demuestra la clase de emociones (miedo a la velocidad, empatía con las víctimas) que impedirían el éxito de Lou si él  fuese capaz de sentirlas. Pero Rick también quiere ser flexible, adaptarse a las nuevas situaciones, al fin y al cabo vive en un mundo en el que se supone que hay oportunidades para las personas con la audacia necesaria. Y la figura de Lou, capaz de inspirarle temor, también es un modelo a seguir, un emprendedor de éxito. El resultado de sus intentos por imitar a Lou será cómico, grotesco y devastador: Rick es simplemente alguien que no está preparado psicológica ni emocionalmente para el mundo en el que se mueve Lou. 

Lou Bloom, un emprendedor de éxito

Lou Bloom es una fantasía por la atmósfera. En medio de la noche hay accidentes, asesinatos, y alguien tiene que aparecer para iluminarlos con la antorcha de su cámara, convirtiendo cualquier tragedia sin sentido en un producto con valor de mercado. Alguien tiene que moverse con rapidez entre la oscuridad y los destellos para que se sigan contando las historias que tejen los hilos entre los puntos aislados y distantes de la ciudad: “El crimen urbano llega a los suburbios”, o algo por el estilo. El cine negro se nutre de esa clase de fantasías, que dan forma a terrores abstractos que a menudo resultan difíciles de expresar de una manera concreta. Lou Bloom da forma aun vacío. Aparece en la oscuridad y un tiempo después, desaparecerá en la oscuridad. Pero la atmósfera permanecerá. Volveremos a encontrarnos con todo esto: con la violenta sucesión de luz y oscuridad en la ciudad nocturna, con la aterradora sensación de vacío allá dónde no llega la luz, con los rostros deformados por los reflejos del neón.