INT: CHRISTIAN FRIEDEL, BIRTE SCHNÖINK
AUSTRIA, 2014, 96'
Es el invierno berlinés de 1811. En los salones, la alta burguesía y la aristocracia menor escucha recitales domésticos y discute acerca de las nuevas ideas políticas que se propagan por Europa, originadas en la Francia revolucionaria. Es un ambiente rígido, formalizado. Las palabras que se pronuncian parecen textos redactados cuidadosamente; las posturas y movimientos se organizan de manera deliberada, como si se dispusiesen para la mirada de un pintor. En esa atmósfera, la presencia de un poeta romántico es un acontecimiento destacable: se presenta Heinrich (Christian Friedel), autor de una obra de teatro moderadamente escandalosa acerca de una condesa, violada por el hombre al que ama mientras se encuentra inconsciente. Heinrich es un joven de aspecto cetrino, que viste ropas oscuras y cuyo semblante muestra una indefinición expresiva que oscila entre la indiferencia y el desagrado: parece encontrarse incómodo en ese mundo tan reglado, en el que se controlan de manera tan estricta las apariencias.
Cabe imaginar que, como representante de la filosofía romántica, Heinrich recela de las convenciones sociales y prefiere los sentimientos exaltados que permiten el libre vuelo de la personalidad y la individualidad. Pero no podemos apreciar nada de eso en la triste figura que compone, desprovista de toda clase de carisma y atractivo. Si pretende huir de las banalidades de la sociedad que le rodea en busca de un absoluto, la manera en que lo hace es tan desconcertante como ridícula: “¿Estaría interesada en quitarse la vida junto a mí?” pregunta a su prima Marie, a quien dice amar, durante uno de sus encuentros formales. La reacción de ella consiste en reírse de la propuesta, considerándola poco más que una divertida excentricidad. Pero Heinrich habla en serio. Aspira a consumar el amor compartiendo su muerte con la persona amada, o, dicho de otra manera, logrando que otra persona acepte morir junto a él. Heinrich es una interpretación libre del poeta romántico alemán Heinrich von Kleist (1777-1811), autor de La marquesa de O y Michael Koolhaas, entre otras. Kleist, en un gesto característico del romanticismo, se suicidó en la afueras de Berlín junto a su compañera Henriette Vogel. “Lo que me resultó interesante es que Kleist había preguntado aparentemente a varias personas si querían morir con él. – explica la directora Jessica Hausner- A su mejor amiga, a una prima y finalmente a Henriette Vogel. Lo encontré un poco grotesco. Le daba a esta idea romántica, exagerada, del doble suicidio por amor un aspecto banal, ligeramente ridículo”.
Birte Schnöink es Henriette |
Henriette Vogel (Birte Schnöink) es la joven esposa de un funcionario, una mujer sensible a la poesía y con una gran inclinación hacia la belleza, el tipo de belleza ordenada y precisa preferida por la época y el entorno. Dedica su tiempo a elaborar coloridos arreglos florales y ameniza las veladas de sus invitados interpretando canciones melancólicas, acompañada al piano por su hija de cinco años. La presencia de Heinrich le suscita un comprensible interés, pero cuando éste le propone su plan, poco tiempo después de conocerse, Henriette reacciona en un primer momento con asombro e incredulidad. Sin embargo, el diagnóstico de una grave enfermedad hace que reconsidere la propuesta: la jóven sufre mareos y desmayos, los médicos dudan entre el origen físico o psicológico de la dolencia. Finalmente, se le diagnostica un tumor avanzado en el estómago. Heinrich termina por convencerla: le explica que él también sufre una dolencia de origen desconocido, sin nombre: la vida que le rodea le resulta completamente insoportable. El plan se pone en marcha con unos preparativos simples y banales. La motivación amorosa resulta imposible de discernir a través de sus actos: no manifiestan ninguna clase de atracción física ni emocional. Todo eso parece ser superfluo para el poeta, que busca una manifestación ideal del amor, lo que le conduce a entenderlo de una manera puramente teórica. Algo que se pone de manifiesto cuando Heinrich aparta la vista del cuerpo de Henriette, ligeramente desvestida, tras entrar en su habitación por accidente. A pesar de que se encuentran solos en una lejana posada, tras haber emprendido la huida.
Heinrich (Christian Friedel) le hace a Henriette una propuesta extrema. |
Torpe, insulso, funcionalmente impotente: el Kleist de Amour Fou es un figurón poco atractivo cuyas ansias de absoluto se manifiestan únicamente a través de un egoísmo miope. Si hay algo de ardor interno tras la anodina mirada del poeta, únicamente se deja ver a través de torpezas y situaciones ridículas de las que él no es realmente consciente o que quizás no le importan en absoluto. Porque Heinrich se comporta como si su mediocre existencia no tuviese ninguna importancia, como si la verdadera vida solamente pudiese tener lugar dentro de sí mismo, a través de ideas puras y sentimientos exaltados. Desgraciadamente para él, la directora mantiene la distancia, y los sentimientos y las ideas del poeta serán para nosotros un misterio: lo único que nos es permitido contemplar de los personajes son sus cuerpos, las posturas en que se disponen, las convenciones que emplean, la elaboración de sus discursos. “Para mí, es una paradoja que se pueda “morir juntos”. En el momento en que mueres, estás inevitablemente en soledad, y la muerte te separará para siempre de la otra persona.”
“Los médicos han descubierto un fluido que atraviesa el cuerpo y el alma – le dice Vogel a su mujer, tratando de que considere la posibilidad de que su dolencia sea psicológica – por eso las aflicciones del alma afectan al cuerpo, y viceversa”. Sin embargo, en la rígida y formal puesta en escena de Hausner, no hay ningún fluido que atraviese el mundo interior y el cuerpo de los personajes. Eso crea una tensión evidente entre el idealismo de Heinrich y el hecho de que se vea obligado a expresarse únicamente a través de convenciones ajenas. Esta tensión no solamente afecta al poeta. Henriette se encuentra en una situación incierta, la de alguien capaz de mantener la más perfecta compostura mientras aprieta las manos a escondidas. Sea cual sea la razón de su huida (del destino fatal de la enfermedad o del asfixiante dominio de las convenciones), el refugio en la más extrema muestra de individualismo se revelará como un callejón sin salida. No hay ninguna eternidad tras el disparo, solamente dos cadáveres tendidos en el bosque, y el dolor silencioso de quienes quedan atrás. Los elevados sentimientos amorosos de Heinrich acaban pareciéndose más a una sublimación del egoísmo, cuya máxima expresión parece ser la capacidad para controlar la voluntad de otra persona. Está claro que lo que pretende Jessica Hausner es una demolición controlada y sistemática del mito del poeta romántico y de uno de sus dramas más representativos, el suicidio por amor.