Int: Jim Broadbent, Ruth Sheen, Leslie Manville
Reino Unido, 2010, 129'
Slice of life”: rebanada de vida. Así llaman en Inglaterra a películas como esta, que se presentan como un trozo de vida directamente extraído de la realidad, con su problemática mundana y cotidianidad monótona. Es una de las grandes tendencias del cine inglés, que se desarrolló con fuerza a partir de los años cincuenta, recogiendo la herencia del teatro de los angry young men. Suele tener una intención crítica de raíz izquierdista, y durante muchas décadas ha tenido una gran acogida en la televisión británica, hasta el punto de que el género se ganó el apodo algo despectivo de “kitchen sink drama”: drama de fregadero, por la gran profusión de conflictos domésticos de clase baja.
Al contrario de otras tradiciones realistas, que se apoyan en localizaciones naturales y actores no profesionales interpretando versiones de sí mismos, el cine inglés tiene sus raíces en el teatro y busca la sensación de realidad a través de interpretaciones muy trabajadas. Es un cine en que los actores condicionan a la cámara y no al contrario. A veces se le puede acusar de poner la palabra por encima de la imagen, a través de una puesta en escena funcional articulada en función de lo que se quiere mostrar.
Mike Leigh es actualmente el representante más cualificado de esta tradición. Cuenta con una trayectoria notable en el teatro y la televisión, trabaja con un elenco de actores de gran experiencia y por supuesto, sus historias son análisis sociales de la vida en Gran Bretaña, centrados a menudo en personajes de clases medias o bajas. Su método de trabajo es particular: sin partir de un guión, desarrolla la historia con los actores a partir de improvisaciones con las que éstos moldean a sus personajes. En ese largo proceso de ensayos, las escenas de la película van tomando su forma definitiva. Espontaneidad absolutamente controlada, naturalidad modulada a través de un cuidado minucioso con cada gesto, cada mirada.
Aunque, como casi todos los cineastas con preocupaciones sociales, Leigh ha dirigido su dosis de cintas de denuncia y protesta, lo mejor de su cine se da en las películas que no tienen un mensaje obvio, sino que muestran a sus personajes en situaciones cotidianas y aparentemente intrascendentes, en las que, de todas formas, se ven sometidos a los condicionamientos sociales. Como “All or nothing” (2002), en la que narraba la historia de un matrimonio de clase obrera que recuperaba el amor casi por sorpresa después de años de monotonía. Si en estas películas el argumento es leve, en “Another Year” llega a hacerse casi inexistente. Parece que no pasa nada, excepto el tiempo.
Lesley Manville
Todo gira alrededor de Tom y Gerri (Jim Broadbent y Ruth Sheen), un matrimonio que se acerca a la tercera edad manteniendo su vida conyugal con una salud envidiable. Tan envidiable que corre el riesgo de despertar eso, envidias. Él trabaja como geólogo para una empresa constructora, ella es psicóloga. A ambos les gusta cuidar metódicamente su pequeño huerto, y su felicidad es parecida a eso: una labor de paciencia, trabajo constante y rutina. Una rutina que es vista por ambos como un refugio seguro. La película se divide en cuatro tiempos, cada una de las cuatro estaciones de un año, y consiste en una sucesión de encuentros, cenas familiares, fiestas en el jardín y un funeral. Alrededor de Tom y Gerri giran, en diversos grados de soledad e infelicidad, varios personajes que son atraídos hacia la calidez de su hogar como moscas hacia la luz. Ken (Peter Wight) es un viejo compañero de estudios de Tom, que intenta mitigar su soledad y el envejecimiento comiendo y bebiendo compulsivamente. Ronnie (David Bradley) es el hermano de Tom, quien reacciona a su reciente viudedad sumiéndose en la incomunicación.
La invitada más recurrente es Mary (Lesley Manville), una mujer que se niega a aceptar los años que cumple y ahoga su angustia a través del consumo compulsivo de alcohol y coqueteando desesperadamente con cualquier hombre que tenga cerca. Mary es uno de esos personajes a los que se suele contemplar desde una cierta distancia, con una sonrisilla y algo de autocompasión, como hacen Tom y Gerri. Ellos le siguen la corriente cuando se intenta engañar a si misma fingiendo ser una mujer libre y despreocupada, y miran hacia otro lado mientras se desliza por la pendiente de la soledad irredimible. Mary es el contrapunto del cuadro de felicidad conyugal y bendita cotidianeidad que representan Tom y Gerri., una perdedora emocional que muestra el lado más duro del culto a la juventud y la despreocupación.
“Another Year” resulta ser una película más amarga de lo habitual en el cine de Leigh, quien siempre adopta una visión humanista. Aquí, la familia no es ese refugio de afectos que vincula a las diferentes generaciones, clases sociales e incluso razas que aparecía en “Secretos y mentiras”, su película más famosa. La familia es aquí una especie de club privado, una institución que sirve para delimitar entre propios y extraños, a veces de manera cruel. Dada la creación tridimensional de los personajes que llevan a cabo el director y su reparto, es difícil definirlos en unas breves frases, son más complejos de lo que permite una rápida categorización. Por ello, la película casi invita a debatir sobre sus actitudes: ¿Son en realidad Tom y Gerri tan irreprochables como parecen, o tras esa apariencia de bondad se encuentra la hipocresía, la de unas personas que desde el confort de su felicidad son incapaces de comprender el sufrimiento de los demás, y miran a quienes les rodean con condescendencia?
Leigh siempre mira a sus personajes desde el punto de vista de un sociólogo, por lo que, pese a la levedad de las situaciones, y a la aparente intrascendencia del argumento, la película resulta un análisis complejo de la realidad social, sobre todo de la manera en que condiciona las relaciones humanas. La distancia entre las clases sociales se ha difuminado, y en una familia pueden convivir personas con niveles de ingresos muy diferentes, sin embargo, la huella de las diferencias de clase persiste. Los vínculos humanos se vuelven frágiles y quebradizos, es el reverso de la libertad individual. Casi se convierten en un bien escaso, atesorado por unos pocos. Una forma de economía, una economía de los afectos , en la que unos pocos son afortunados y el resto se conforma con lo que puede, por su culpa o por el azar, por decisiones que han tomado ellos o por circunstancias de la vida. En un desolador plano final, la soledad se abre como un abismo en medio de lo que parece una cálida reunión hogareña.