Dirección: Miguel Martí
Intérpretes. Macarena Gómez, Cesar Camino, Alejo Sauras
España, 2008, 100'
Cada época crea sus monstruos y nuestra era ha inventado al psicópata. Con la coartada científica que da su catalogación clínica, el psicópata habitual es un monstruo mucho más de andar por casa que los habituales vampiros, hombres lobos y demás, salidos de oscuras leyendas inmemoriales. Básicamente, un psicópata es un tipo sin empatía, alguien que no es capaz de comprender las emociones de los demás y que por tanto, los ve como meros objetos. De ahí que de vez en cuando se dedique al asesinato, ya sea por razones estéticas, éticas o simplemente para eliminar esas pequeñas molestias que causa, en general, la gente.
Obvia decir que la figura del psicópata es perfectamente coherente con los tiempos que vivimos: era de individualismo extremo, el psycho-killer es el reverso tenebroso no sólo del individuo postmoderno, competitivo, obsesionado por su propia imagen y por su realización personal; sino también del funcionamiento institucional del capitalismo ultraliberal: en el documental “The Corporation”, de 2003, los cineastas Mark Achbar y Jennifer Abbott establecen un paralelismo entre la patología del psicópata y el funcionamiento de las grandes corporaciones empresariales: “personas” jurídicas que a la hora de conseguir beneficios, su único objetivo, no tienen en cuenta las consecuencias sobre los seres humanos de sus acciones.
Mata, Macarena, Mata!
Bárbara (Macarena Gómez) es una pija universitaria obsesionada por la moda y por su imagen personal. Hasta ahí, nada nuevo, pero es que Bárbara encuentra su realización personal como asesina en serie. Totalmente coherente: nada más propio para una maníaca obsesiva de la imagen que eliminar a esas personas torpes e imperfectas que estropean el mundo, convirtiéndolo en un sitio demasiado vulgar. Como ella misma dice: “Muertos son perfectos”. Además, las armas tienen un punto sexy, y son un complemento fantástico.
Sexy Killer es una de esas películas de coña, cachondeo, paridas, o como usted quiera llamarlas. Apesta a estudiantina ociosa , como si su lugar más apropiado no fuese una pulcra sala de cine, sino un salón de piso compartido o un salón de actos de colegio mayor (preferiblemente masculino) con aroma a porro y litronas a mano. No se corta a la hora de hacer chistes fáciles sobre estudiantes de medicina y mesas de disección, y es generosa en la ración de culos y tetas que caracteriza a cualquier producción española. Es rabiosamente postmoderna sin miedo a la autoparodia: se apropia de materiales de toda clase y condición y los regurgita en una papilla chistosa apta para todos los públicos. Recurre al modelo de torture porn yankee (Saw, Hostel y demás casquería) y lo filtra a través del humor local modelo El Jueves. Ideal para que la pija y el friki la vean juntitos.
Sus responsables, el guionista Paco Cabezas y el director Miguel Martí, se aplican a la labor con total desverguenza. Cuando el cine español ha pretendido rentabilizar algunos de esos subgéneros foraneos sin pedigree cultural reconocido por la inteligentsia patria, como el terror extremo y la comedia freakie, se veía incómodos a sus responsables: buscaban coartadas culturales, o rebajaban el tono de la función para mantener el exceso en unos niveles aceptables. Al fin y al cabo, estaban haciendo cine europeo, que como todo el mundo sabe, es culturalmente superior al de Hollywood. Sin embargo, Cabezas y Martí pertenecen a esa generación entre la treintena y los cuarenta y pocos que están queriendo convertir el frikismo en una marca de distinción cultural, y que nos están soltando artefactos como “Muchachada Nui” o “Los cronocrímenes”
Psicópatas como nosotros.
Con un oficio irreprochable tanto en el guión como en la dirección, Cabezas y Martí se desenvuelven con comodidad por terrenos bastante mal transitados por el cine español: Macarena Gómez crea un delicioso personaje icónico que le sienta como un guante, la dirección artística sirve para crear una estética deliciosamente abigarrada que realza el tono de la película, el todoterreno Carles Gusi firma una fotografía extraordinaria (y nada fácil); aunque destacaríamos especialmente la labor musical, tanto la extraordinaria partitura de Fernando Velázquez como la selección de canciones, absolutamente marciana, pero extraordinariamente utilizada por Martí para evitar que la espiral de exceso no se detenga ni en la banda sonora.
Desde luego, uno está lejos de suponer que los autores de “Sexykiller” pretendieran hacer un estudio sociológico, pero la película resulta un retrato bastante exacto de la sociedad a la que va dirigida. Es frívola, insustancial y desprejuiciada. La muerte es sólo un chiste, las relaciones sexuales son vehículos hedonistas de desarrollo personal, las relaciones personales no aceptan ningún compromiso que pueda limitar la libertad individual. Sobre todo, es divertida, muy divertida, porque al fin y al cabo estamos en una cultura de la diversión en la que todo, ya sea vestirse, follar o matar, tienen que ser divertido.