DIR: DAMIÁN SZIFRON
INT: RICARDO DARÍN, LEONARDO SBARAGLIA, ÉRICA RIVAS.
ARGENTINA, 2014, 122'
Cualquier momento es bueno para luchar por la supervivencia en Relatos Salvajes, la tercera película del argentino Damian Szifron. La cinta es una colección de cortometrajes en las que los personajes se comportan como animales fuertemente territoriales, capaces de casi cualquier cosa por defender su espacio. En todos ellos, una situación inicial de enfrentamiento y agravio desencadena un crescendo de acciones imprevisibles, violentas y cómicas, en las que la destrucción mutua parece estar garantizada. Comienza con un breve prólogo absurdamente brillante en el que todos los pasajeros de un vuelo comercial descubren que conocen de algo al mismo individuo, un músico frustrado llamado Pasternak.
El segundo fragmento, “Las ratas”, nos presenta a la cocinera de un restaurante de carretera generosa con el matarratas, sobre todo cuando acude cierto tipo de clientela. En “El más fuerte” un pique automovilístico en una carretera solitaria da lugar a una escalada armamentística en la que el balance de poder oscila de maneras imprevisibles. “Bombita” es Ricardo Darín, un ingeniero especialista en demoliciones que se toma quizá demasiado a pecho sus reclamaciones sobre una multa que considera injusta. “La propuesta” gira acerca del estúpido hijo de un industrial que arrolla con el BMW de papá a una mujer embarazada, obligando a su padre a efectuar un contundente desembolso para conseguir que el jardinero se responsabilice de los hechos. La negociación de los términos del acuerdo toma un par de desvíos absurdos. “Hasta que la muerte nos separe” se desarrolla en un banquete nupcial de alto copete dónde la novia descubre que su flamante marido le ha estado poniendo los cuernos con una de las invitadas. Como es de esperar, se lo toma bastante a la tremenda.
Szifron no escatima la sangre ni otras excreciones: el tono general es grotesco, y el combustible es la rabia. Cada episodio es una pequeña comedia de acción con abundancia de sudor, gasolina y explosivos; sus personajes se ven sacudidos por un furor justiciero y se imaginan participando en algún tipo de lucha de clases, aun cuando la ira aparte de su campo de visión todo lo que no tiene que ver con sus circunstancias personales. El humor pretende ser brutal y catárquico, la risa como liberación de impulsos violentos reprimidos con mayor o menor esfuerzo.
Szifron, un veterano de la televisión argentina, es el responsable de dos de las series de más éxito de la historia del país: las muy exportadas Los simuladores y Hermanos y detectives. Su rasgo más destacable en esta película es la concisión narrativa: a pesar de que el planteamiento es propicio para el exceso, el realizador no alarga demasiado ninguna de las situaciones, de manera que no llegan a perder la frescura inicial. La calidad individual de los relatos es desigual, algo frecuente en los largometrajes de episodios. Lo cierto es que el episodio introductorio (que transcurre por completo antes de los créditos iniciales) es el mejor del conjunto, aunque por su brevedad y por su tono ciertamente absurdo se aparta en cierta medida del resto. Del resto, podemos destacar el incidente automovilístico protagonizado por Leonardo Sbaraglia como una versión desenfrenada de los conflictos desencadenados por la testosterona liberada al volante; o el último episodio protagonizado por la novia vengadora, destacable porque Érica Rivas hace avanzar la acción oscilando entre la felicidad, la vulnerabilidad, la rabia y la agresividad descontrolada; también porque Szifron termina cerrando el círculo para sugerir que la liberación de los impulsos animales puede suponer algo positivo, quizá un nuevo comienzo.
viernes, 24 de octubre de 2014
lunes, 20 de octubre de 2014
Sueño de invierno
Publicada el 15:09por Alejandro Gaspar
T.O: KIŞ UYKUSU
DIR: NURI BILGE CEYLAN
INT: HALUK BILGINER, MELISA SOZEN, DEMET AKBAG
TURQUÍA, 2014, 196'
Los carteles de las películas no suelen ser una herramienta demasiado útil para el análisis cinematográfico, pero en el caso del cineasta turco Nuri Bilge Ceylan los diseñadores gráficos han encontrado maneras muy precisas de plasmar su estilo en las imágenes publicitarias:
Casi todos los diseños están dominados por la presencia expresiva del cielo: un cielo de amanecer rosado en las estepas para Érase una vez en Anatolia, en el que la luz se abre camino señalando el desvelamiento del misterio policial investigado por los protagonistas de la película; un cielo gris plomizo sobre el Bósforo nevado en Lejano; unas densas nubes que presagian tormenta en Tres Monos. Bajo esos cielos tan característicos de Ceylan, se recortan figuras humanas contempladas de espaldas, su rostro, igual que sus emociones, convertido en un misterio. La patrulla policial que busca un cadáver en Érase una vez en Anatolia forma un círculo alrededor del cuerpo recién descubierto. El primo del campo que visita Estambul en Lejano contempla el horizonte del estrecho, planeando embarcar en algún carguero. Son imágenes definitorias que sirven para explicar el cine del director turco: personajes empequeñecidos por el paisaje cuyo esquivo carácter se muestra a través de gestos, silencios, miradas y no demasiadas palabras.
En Sueño de invierno, la imagen promocional es similar: dos figuras oscuras, un hombre y una mujer, se recortan en un paisaje nevado. Pero esta vez es una mezcla de pintura y fotografía y está basado en una ilustración creada por Ilya Glazunov para la novela de Dostoyevski Nétochka Nezvánova. En Sueño de invierno, Ceylan introduce elementos literarios y recurre a las habitaciones cerradas y a la luz artificial en vez de a la serena majestuosidad de la naturaleza, pero la influencia más notable no es la del autor de Crimen y castigo, sino la de su contemporáneo y compatriota Antón Chéjov. En los títulos de crédito el director y su mujer y coguionista Ebru Ceylan reconocen haberse inspirado en tres relatos del escritor, aunque prefieren no mencionar sus títulos. No se trata en realidad de una adaptación sino de una destilación del espíritu de Chéjov: una narración observante en la que el drama se revela a través de actos cotidianos que revelan emociones subterráneas. La influencia del autor de El jardín de los cerezos ya estaba presente en Érase una vez en Anatolia, la anterior película de Ceylan; aquí, por primera vez en la carrera del director, la acción se traslada a los interiores y el diálogo fluye sin limitaciones, en conversaciones que pueden llegar a extenderse durante veinte minutos. El propósito es efectuar el estudio de un personaje, un antiguo actor con ínfulas de intelectual que regenta un pintoresco hotel en las montañas, y cuyo poder como terrateniente local se deja notar entre los vecinos de la zona.
Este hombre, Aydin (Haluk Bilginer) posee el hotel Otello, un refugio cuyas habitaciones, excavadas en la roca de las montañas de Capadocia, resultan lo suficientemente pintorescas como para atraer huéspedes en mitad de un duro invierno. Le gusta mantener una afable cordialidad con ellos, y, si hay ocasión, mencionarles sin darle demasiada importancia sus experiencias sobre los escenarios de Estambul o su proyecto para una historia del teatro turco. Pero las personas más cercanas, su hermana Necla (Demet Akbag) y su mujer Nihal (Melisa Sozën), no comparten la elevada imagen que trata de proyectar. Las serpenteantes conversaciones que mantiene con su hermana revelan la existencia de recelos y tensiones que definen toda su relación. Sin embargo, la mayor tensión dramática de la película es la que rodea la situación de su matrimonio. Durante la primera mitad de la película, Nihal aparece ausente o distante, manteniendo con su marido el mínimo contacto imprescindible. El deterioro de la relación es un misterio cuyas causas hay que rastrear a través de gestos y silencios de rencor soterrado.
Además de sus conflictos domésticos, Aydin mantiene una actitud contenciosa hacia un inquilino cuyas graves dificultades económicas le impiden pagar el alquiler y emplea su columna en la gaceta local para ajustar cuentas con su moroso de manera sibilina. Es una persona cuyo carácter parece apoyarse por completo en la vanidad y que disfraza su elitismo de sabia misantropía. Todo tiene su precio, y en este caso consiste en una soledad casi absoluta, incluso dentro de su propia casa. Lo que ocurre es que Aydin necesita esa vanidad para mantener en pie su equilibrio psicológico: el fantasma del fracaso está presente en el recuerdo de una carrera teatral que le condujo hasta un hotel de pueblo; su desahogada posición de terrateniente le recuerda cada día que su situación económica se debe únicamente a la herencia de su padre.
En una escena del principio de la película, el precario equilibrio entre inseguridad y autocomplacencia se revela de manera conmovedora: Aydin lee a su mujer y a un amigo una carta escrita por una admiradora de su columna. Después de los halagos, la mujer le solicita ayuda para una causa benéfica, y el escritor, emocionado, se muestra partidario de concedérsela. Nihal rechaza la postura de su marido, puesto que nunca se ha preocupado por la beneficencia excepto cuando la considera apropiada para halagar su vanidad. Pero aunque su mezquina vanidad sea el motor incluso de sus raros actos de bondad, aflora la desesperada situación de un hombre cuya necesidad de reconocimiento es indispensable para la supervivencia de su identidad.
La pregunta es si merece la pena pasar junto a este hombre tres horas y cuarto. Respuesta: probablemente no, si se tratase de una reunión social. La mezquindad y la mediocridad de Aydin son demasiado corrientes como para resultar interesantes, pero eso no le quita valor a la película: si la persona es vulgar, el personaje (o, lo que es lo mismo, la contemplación del personaje que hacen Ebru y Nuri Bilge Ceylan ayudados por el actor Haluk Bilginer) no lo es en absoluto. “Todo lo que ocurre en todos los rincones del mundo puede explicarse reflexionando sobre la naturaleza humana”, reflexiona el realizador. Como intelectual rural puede que Aydin no tenga demasiado interés, en cambio, como manifestación de la naturaleza humana sus pequeñas mezquindades revelan una condición universal. Este humanismo es una huella de la literatura de Chéjov, cuya profesión médica le había enseñado a no desdeñar ningún aspecto de la existencia humana, por desagradable o poco importante que pareciese: nada puede resultar puro para un doctor.
De manera que el retrato de este hombre es bastante ambiguo, y está repleto de incertidumbres y contradicciones; se trata, en definitiva, de un perfil incierto y desconcertante. Toda una humanidad comprendida en la mediocridad de un insignificante potentado de pueblo. Aunque Ceylan tenía ciertos recelos ante la posibilidad de que la espectacular belleza del paisaje de Capadocia descompensase estéticamente la película, lo cierto es que la naturaleza conserva la presencia privilegiada que es habitual en sus películas. Incluso en interiores, la presencia del frío o de la pálida luz invernal se hacen sentir de manera precisa. Ceylan es un director muy atento a la textura sensorial de una escena: la claridad de sus imágenes transmite de manera tremendamente precisa la rugosidad de las rocas, la humedad del aire, la comodidad de un cuarto bien calentado en la mitad del invierno. Esa precisión de los ambientes convierte a los escenarios en lugares vívidos y contribuye a una sensación envolvente, que ayuda a dejarse arrastrar por las palabras, por el denso tejido de relaciones entrelazadas día tras día mediante los gestos más cotidianos e insignificantes.
DIR: NURI BILGE CEYLAN
INT: HALUK BILGINER, MELISA SOZEN, DEMET AKBAG
TURQUÍA, 2014, 196'
Los carteles de las películas no suelen ser una herramienta demasiado útil para el análisis cinematográfico, pero en el caso del cineasta turco Nuri Bilge Ceylan los diseñadores gráficos han encontrado maneras muy precisas de plasmar su estilo en las imágenes publicitarias:
Casi todos los diseños están dominados por la presencia expresiva del cielo: un cielo de amanecer rosado en las estepas para Érase una vez en Anatolia, en el que la luz se abre camino señalando el desvelamiento del misterio policial investigado por los protagonistas de la película; un cielo gris plomizo sobre el Bósforo nevado en Lejano; unas densas nubes que presagian tormenta en Tres Monos. Bajo esos cielos tan característicos de Ceylan, se recortan figuras humanas contempladas de espaldas, su rostro, igual que sus emociones, convertido en un misterio. La patrulla policial que busca un cadáver en Érase una vez en Anatolia forma un círculo alrededor del cuerpo recién descubierto. El primo del campo que visita Estambul en Lejano contempla el horizonte del estrecho, planeando embarcar en algún carguero. Son imágenes definitorias que sirven para explicar el cine del director turco: personajes empequeñecidos por el paisaje cuyo esquivo carácter se muestra a través de gestos, silencios, miradas y no demasiadas palabras.
En Sueño de invierno, la imagen promocional es similar: dos figuras oscuras, un hombre y una mujer, se recortan en un paisaje nevado. Pero esta vez es una mezcla de pintura y fotografía y está basado en una ilustración creada por Ilya Glazunov para la novela de Dostoyevski Nétochka Nezvánova. En Sueño de invierno, Ceylan introduce elementos literarios y recurre a las habitaciones cerradas y a la luz artificial en vez de a la serena majestuosidad de la naturaleza, pero la influencia más notable no es la del autor de Crimen y castigo, sino la de su contemporáneo y compatriota Antón Chéjov. En los títulos de crédito el director y su mujer y coguionista Ebru Ceylan reconocen haberse inspirado en tres relatos del escritor, aunque prefieren no mencionar sus títulos. No se trata en realidad de una adaptación sino de una destilación del espíritu de Chéjov: una narración observante en la que el drama se revela a través de actos cotidianos que revelan emociones subterráneas. La influencia del autor de El jardín de los cerezos ya estaba presente en Érase una vez en Anatolia, la anterior película de Ceylan; aquí, por primera vez en la carrera del director, la acción se traslada a los interiores y el diálogo fluye sin limitaciones, en conversaciones que pueden llegar a extenderse durante veinte minutos. El propósito es efectuar el estudio de un personaje, un antiguo actor con ínfulas de intelectual que regenta un pintoresco hotel en las montañas, y cuyo poder como terrateniente local se deja notar entre los vecinos de la zona.
El hotel Otello, un pintoresco refugio excavado en las rocas de Capadocia. |
Este hombre, Aydin (Haluk Bilginer) posee el hotel Otello, un refugio cuyas habitaciones, excavadas en la roca de las montañas de Capadocia, resultan lo suficientemente pintorescas como para atraer huéspedes en mitad de un duro invierno. Le gusta mantener una afable cordialidad con ellos, y, si hay ocasión, mencionarles sin darle demasiada importancia sus experiencias sobre los escenarios de Estambul o su proyecto para una historia del teatro turco. Pero las personas más cercanas, su hermana Necla (Demet Akbag) y su mujer Nihal (Melisa Sozën), no comparten la elevada imagen que trata de proyectar. Las serpenteantes conversaciones que mantiene con su hermana revelan la existencia de recelos y tensiones que definen toda su relación. Sin embargo, la mayor tensión dramática de la película es la que rodea la situación de su matrimonio. Durante la primera mitad de la película, Nihal aparece ausente o distante, manteniendo con su marido el mínimo contacto imprescindible. El deterioro de la relación es un misterio cuyas causas hay que rastrear a través de gestos y silencios de rencor soterrado.
Halut Bilginer y Demet Akbag
En una escena del principio de la película, el precario equilibrio entre inseguridad y autocomplacencia se revela de manera conmovedora: Aydin lee a su mujer y a un amigo una carta escrita por una admiradora de su columna. Después de los halagos, la mujer le solicita ayuda para una causa benéfica, y el escritor, emocionado, se muestra partidario de concedérsela. Nihal rechaza la postura de su marido, puesto que nunca se ha preocupado por la beneficencia excepto cuando la considera apropiada para halagar su vanidad. Pero aunque su mezquina vanidad sea el motor incluso de sus raros actos de bondad, aflora la desesperada situación de un hombre cuya necesidad de reconocimiento es indispensable para la supervivencia de su identidad.
Melisa Sozen es la esposa distante |
La pregunta es si merece la pena pasar junto a este hombre tres horas y cuarto. Respuesta: probablemente no, si se tratase de una reunión social. La mezquindad y la mediocridad de Aydin son demasiado corrientes como para resultar interesantes, pero eso no le quita valor a la película: si la persona es vulgar, el personaje (o, lo que es lo mismo, la contemplación del personaje que hacen Ebru y Nuri Bilge Ceylan ayudados por el actor Haluk Bilginer) no lo es en absoluto. “Todo lo que ocurre en todos los rincones del mundo puede explicarse reflexionando sobre la naturaleza humana”, reflexiona el realizador. Como intelectual rural puede que Aydin no tenga demasiado interés, en cambio, como manifestación de la naturaleza humana sus pequeñas mezquindades revelan una condición universal. Este humanismo es una huella de la literatura de Chéjov, cuya profesión médica le había enseñado a no desdeñar ningún aspecto de la existencia humana, por desagradable o poco importante que pareciese: nada puede resultar puro para un doctor.
De manera que el retrato de este hombre es bastante ambiguo, y está repleto de incertidumbres y contradicciones; se trata, en definitiva, de un perfil incierto y desconcertante. Toda una humanidad comprendida en la mediocridad de un insignificante potentado de pueblo. Aunque Ceylan tenía ciertos recelos ante la posibilidad de que la espectacular belleza del paisaje de Capadocia descompensase estéticamente la película, lo cierto es que la naturaleza conserva la presencia privilegiada que es habitual en sus películas. Incluso en interiores, la presencia del frío o de la pálida luz invernal se hacen sentir de manera precisa. Ceylan es un director muy atento a la textura sensorial de una escena: la claridad de sus imágenes transmite de manera tremendamente precisa la rugosidad de las rocas, la humedad del aire, la comodidad de un cuarto bien calentado en la mitad del invierno. Esa precisión de los ambientes convierte a los escenarios en lugares vívidos y contribuye a una sensación envolvente, que ayuda a dejarse arrastrar por las palabras, por el denso tejido de relaciones entrelazadas día tras día mediante los gestos más cotidianos e insignificantes.
miércoles, 15 de octubre de 2014
Banda Sonora: Perdida (Gone Girl), de David Fincher, compuesta por Trent Reznor y Atticus Ross.
Publicada el 2:26por Alejandro Gaspar
“David Fincher me dijo: Piensa en la música horrible que suena en los salones de masajes, la manera artificial en que trata de hacerte sentir que todo está bien. Y entonces imagina que comienza a agriarse, a descontrolarse.” Así explica el compositor Trent Reznor las instrucciones que recibió del director David Fincher para su nueva película, Perdida (Gone Girl). “¡Yo le dije un spa, no un salón de masajes!” – puntualiza Fincher. “La idea me vino cuando me estaba tratando la espalda. Estaba escuchando esa música calmante, sosegadora, cuando me dije, tenemos que aprovechar esto. La película trata acerca de la fachada del buen vecino, el buen cristiano, la buena esposa. Así que la noción era comenzar con música que intenta abrazarte”.
Perdida es la tercera combinación de David Fincher con el equipo formado por Trent Reznor y Atticus Ross. Reznor, por supuesto, es una estrella del rock alternativo desde 1989, cuando su banda Nine Inch Nails publicó su primer disco, Pretty Hate Machines. Su carrera ya se había cruzado con la de Fincher en dos ocasiones anteriores: la célebre secuencia de créditos de Seven está acompañada por un remix de Closer, uno de los temas más famosos de la banda de Reznor. Y en 2005 Fincher se encargó de dirigir un videoclip para el single de NIN “Only”. Atticus Ross comenzó a colaborar con NIN a principios de este siglo. En 2008, David Fincher estaba montando La red social usando como banda sonora provisional la inquietante música ambiental del disco Ghosts I-IV, de Nine Inch Nails, por lo que le pareció algo completamente lógico era a Trent Reznor la composición de la banda sonora original. Éste aceptó, solicitando la colaboración de Ross.
A lo largo de tres décadas de carrera, con NIN o otros proyectos, Trent Reznor ha mantenido la coherencia de su sonido, que desde el principio se calificó de ”industrial”. Se trata de un sombrío paisaje musical poblado por sintetizadores y cajas de ritmos que puede ser agresivo o inquietante, airado o perturbador. Un sonido que encuentra perfecto acomodo en el universo del director de Seven, celebrado en Hollywood por su habilidad para la creación de atmósferas turbias y entornos siniestros. Desde su consagración con aquella película, no hay ningún proyecto con asesino en serie que no pase por su despacho, según se lamenta el propio Fincher. Su nueva película, aunque también se trata de un thriller, se adentra por unos caminos completamente diferentes.
Perdida es una adaptación del best-seller de Gilliam Flynn que utiliza una trama de suspense para examinar el malestar emocional de un matrimonio convencional. Cuando Amy (Rosamund Pyke) desaparece el mismo día de su aniversario, su marido Nick (Ben Affleck) se convierte en el foco de una inesperada atención mediática, poco a poco deberá tratar de deshacerse de las sospechas que comienzan a caer sobre él. Tratándose de una historia de suspense, comenzarán a sucederse las revelaciones, que afectan al presente y al pasado y que convertirán a los personajes en seres muy diferentes a cómo nos fueron presentados. Es una exploración de las miserias de un matrimonio en el que el principal misterio se centra en el grado de monstruosidad que pueda alcanzar cada uno de los cónyuges. De ahí el énfasis del director en una música aparentemente calmada y banal que esconde la posibilidad de algo siniestro.
David Fincher es un director al que el gusta que la música de sus película se introduzca en el mundo que habitan sus personajes. En otras palabras: utiliza los efectos de sonido de manera musical y emplea la música a modo de efectos de sonido. Sonidos en apariencia cotidianos se vuelven inquietantes: los zumbidos que flotan en cualquier hogar u oficina, los tintineos, golpes y tableteos de las máquinas en funcionamiento. En el mundo de Perdida, en el que el misterio se desarrolla dentro de la más absoluta cotidianeidad, la banda sonora de Reznor y Ross es, por tanto, un elemento clave.
Fuentes: The Wall Street Journal, Soundcloud.
Perdida es la tercera combinación de David Fincher con el equipo formado por Trent Reznor y Atticus Ross. Reznor, por supuesto, es una estrella del rock alternativo desde 1989, cuando su banda Nine Inch Nails publicó su primer disco, Pretty Hate Machines. Su carrera ya se había cruzado con la de Fincher en dos ocasiones anteriores: la célebre secuencia de créditos de Seven está acompañada por un remix de Closer, uno de los temas más famosos de la banda de Reznor. Y en 2005 Fincher se encargó de dirigir un videoclip para el single de NIN “Only”. Atticus Ross comenzó a colaborar con NIN a principios de este siglo. En 2008, David Fincher estaba montando La red social usando como banda sonora provisional la inquietante música ambiental del disco Ghosts I-IV, de Nine Inch Nails, por lo que le pareció algo completamente lógico era a Trent Reznor la composición de la banda sonora original. Éste aceptó, solicitando la colaboración de Ross.
A lo largo de tres décadas de carrera, con NIN o otros proyectos, Trent Reznor ha mantenido la coherencia de su sonido, que desde el principio se calificó de ”industrial”. Se trata de un sombrío paisaje musical poblado por sintetizadores y cajas de ritmos que puede ser agresivo o inquietante, airado o perturbador. Un sonido que encuentra perfecto acomodo en el universo del director de Seven, celebrado en Hollywood por su habilidad para la creación de atmósferas turbias y entornos siniestros. Desde su consagración con aquella película, no hay ningún proyecto con asesino en serie que no pase por su despacho, según se lamenta el propio Fincher. Su nueva película, aunque también se trata de un thriller, se adentra por unos caminos completamente diferentes.
Perdida es una adaptación del best-seller de Gilliam Flynn que utiliza una trama de suspense para examinar el malestar emocional de un matrimonio convencional. Cuando Amy (Rosamund Pyke) desaparece el mismo día de su aniversario, su marido Nick (Ben Affleck) se convierte en el foco de una inesperada atención mediática, poco a poco deberá tratar de deshacerse de las sospechas que comienzan a caer sobre él. Tratándose de una historia de suspense, comenzarán a sucederse las revelaciones, que afectan al presente y al pasado y que convertirán a los personajes en seres muy diferentes a cómo nos fueron presentados. Es una exploración de las miserias de un matrimonio en el que el principal misterio se centra en el grado de monstruosidad que pueda alcanzar cada uno de los cónyuges. De ahí el énfasis del director en una música aparentemente calmada y banal que esconde la posibilidad de algo siniestro.
David Fincher es un director al que el gusta que la música de sus película se introduzca en el mundo que habitan sus personajes. En otras palabras: utiliza los efectos de sonido de manera musical y emplea la música a modo de efectos de sonido. Sonidos en apariencia cotidianos se vuelven inquietantes: los zumbidos que flotan en cualquier hogar u oficina, los tintineos, golpes y tableteos de las máquinas en funcionamiento. En el mundo de Perdida, en el que el misterio se desarrolla dentro de la más absoluta cotidianeidad, la banda sonora de Reznor y Ross es, por tanto, un elemento clave.
Fuentes: The Wall Street Journal, Soundcloud.
jueves, 2 de octubre de 2014
La isla mínima
Publicada el 15:34por Alejandro Gaspar
DIR: ALBERTO RODRÍGUEZ
INT: RAÚL ARÉVALO,
JAVIER GUTIÉRREZ, NEREA BARROS, ANTONIO DE LA TORRE
ESPAÑA, 2014, 105'
El desarrollo es conocido: el recorrido, las preguntas, la sucesión de personajes con algo que decir o que ocultar. Un cazador furtivo les ayuda a orientarse entre los secarrales, las lagunas, las casas abandonadas y los caminos desconocidos. El padre de las muchachas (Antonio de la Torre) es un hombre silencioso y lleno de rabia contenida, la madre (Nerea Barros) es una mujer maltratada y temerosa de dios. Hay una vidente que habla con los muertos y desentraña el pescado en una vieja barcaza. Hay un guaperas local que parece tener algo que ver con todas las chicas jóvenes y guapas del pueblo, las que están y las que ya no están. Porque pronto comienza a ponerse en evidencia que Carmen y Estrella no son las primeras chicas en desaparecer de la zona: el lugar parece ser pródigo en chicas de rostros frescos y hermosos, inocentes y con ansias de huida que terminan desapareciendo en alguna vuelta del camino, dejando el vacío de su ausencia en los ojos resecos de quienes se quedan atrás.
El recorrido se lleva a cabo de manera ágil, a buen ritmo. El director Alberto Rodríguez adopta un tono conciso y el guión que ha coescrito con Rafael Cobos es narrativamente eficaz. La ambientación es atmosférica y detallista: desde las botellas de cerveza Cruzcampo hasta el Chrysler 180 ocre y cada vez más cubierto de polvo con el que los agentes recorren los caminos de la zona. Javier Gutiérrez se revela como un actor a tener en cuenta añadiendo profundidad emocional a un personaje que se expresa mejor con acciones directas y a menudo violentas. Hay ocasiones para demostrar el conocimiento del oficio: en la manera en que deduce un número de teléfono solamente escuchando el giro del dial, o la forma aparentemente sencilla con la que reduce al sospechoso que amenaza a su compañero con una navaja desde el asiento trasero del coche. También hay momentos para la introspección, en escenas en las que los fantasmas del pasado se le aparecen al policía en forma de pájaro exóticos.
Pero el elemento más destacado, más memorable, es el propio escenario. Rodríguez y el director de fotografía Alex Catalán aprovechan todas las posibilidades del paisaje del Guadalquivir: a pleno sol o bajo una torrencial lluvia, a la luz del día o en la espesa oscuridad polvorienta de sus caminos polvorientos. Las marismas están mostradas como un paisaje solitario cuyos senderos necesitan de la presencia de un guía local, repletas de juncos tras los cuales puede estar escondido cualquiera, llenas de edificios abandonados o semi-abandonados ideales para actividades que necesiten el aislamiento. Es un lugar en el que los disparos de escopeta pueden salir de la nada a la mitad del día, y donde las notas anónimas se deslizan por debajo de las puertas. La narración está punteada por breves momentos de distanciamiento dónde director eleva el punto de vista, mostrando planos aéreos en los que el paisaje parece tener su propio carácter, marcando el destino de los personajes que lo habitan.
INT: RAÚL ARÉVALO,
JAVIER GUTIÉRREZ, NEREA BARROS, ANTONIO DE LA TORRE
ESPAÑA, 2014, 105'
Las marismas del Guadalquivir son la escena del crimen. Primero, dos hermanas desaparecidas: Carmen y Estrella, bonitas, adolescentes, ansiosas por huir de su pueblo. Alguien las vio subirse a un Citroën durante la feria. Más tarde, sus cuerpos desmembrados, violados, aparecen en un canal: una historia para la portada de El Caso, para los silencios del pueblo. Es 1980, Adolfo Suárez es el presidente del gobierno. Dos policías viene a ocuparse del doble asesinato. Juan (Javier Gutiérrez) es el viejo agente franquista que utiliza la violencia como instrumento y extorsiona rutinariamente a las putas y a los comerciantes. Pedro (Raul Arévalo) es un joven algo idealista que se ha ganado su destierro en ese rincón del sur después de haber publicado una carta al director no demasiado bien acogida por sus superiores. Uno de ellos quiere cambiar el país en el que vive; el otro se encuentra absolutamente cómodo en un lugar y en una época que conoce muy bien. Uno de ellos vive hacia el futuro: su mujer espera un hijo allá en Madrid. El otro no tiene demasiado futuro: orina sangre, escucha malos presagios.
Raúl Arévalo, Javier Gutiérrez y el Chrysler 180 |
El barco de Angelita
Pero el elemento más destacado, más memorable, es el propio escenario. Rodríguez y el director de fotografía Alex Catalán aprovechan todas las posibilidades del paisaje del Guadalquivir: a pleno sol o bajo una torrencial lluvia, a la luz del día o en la espesa oscuridad polvorienta de sus caminos polvorientos. Las marismas están mostradas como un paisaje solitario cuyos senderos necesitan de la presencia de un guía local, repletas de juncos tras los cuales puede estar escondido cualquiera, llenas de edificios abandonados o semi-abandonados ideales para actividades que necesiten el aislamiento. Es un lugar en el que los disparos de escopeta pueden salir de la nada a la mitad del día, y donde las notas anónimas se deslizan por debajo de las puertas. La narración está punteada por breves momentos de distanciamiento dónde director eleva el punto de vista, mostrando planos aéreos en los que el paisaje parece tener su propio carácter, marcando el destino de los personajes que lo habitan.
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